Rigidez muscular y espasmos, secuelas invisibles que afectan a seis de cada diez personas tras un ACV

Cada año, miles de personas que sobreviven a un accidente cerebrovascular (ACV) deben aprender a convivir con una secuela silenciosa que altera sus movimientos, su rutina y su ánimo: la espasticidad, un trastorno motor que provoca contracciones musculares involuntarias y rigidez progresiva en brazos, piernas o manos. Este cuadro, frecuente en la rehabilitación neurológica, puede limitar la movilidad y generar dolor persistente si no se aborda de forma temprana.

El neurólogo Máximo Zimerman, director del laboratorio de Neuroplasticidad de INECO, explicó que la espasticidad se origina por una lesión en el sistema nervioso central y suele manifestarse en quienes atravesaron un ACV, lesiones medulares o enfermedades como la esclerosis múltiple. “Es una secuela común pero tratable si se actúa rápido”, advirtió.

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La médica fisiatra Verónica Matassa, referente de la Sociedad Latinoamericana de Rehabilitación (SOCILAR), precisó que seis de cada diez pacientes con ACV desarrollan espasticidad dentro de los primeros seis meses, un período clave para intervenir. “Cuando el diagnóstico se retrasa, la recuperación puede demandar el doble de tiempo y generar complicaciones evitables”, explicó, remarcando la importancia del control médico inmediato tras el alta.

El tratamiento exige constancia y acompañamiento profesional. Según el licenciado Daniel Prieto, del Centro de Rehabilitación Manos del Sur, muchos pacientes abandonan la terapia cuando notan mejoras parciales. “Al recuperar el habla o caminar, creen que ya lograron lo suficiente. Pero persistir en la rehabilitación permite recuperar funciones que parecen perdidas, gracias a la capacidad del cerebro de reorganizarse”, sostuvo.

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Más allá del abordaje médico, un ACV implica una transformación profunda en la vida familiar. La reorganización de horarios, las dificultades para movilizarse y la necesidad de asistencia constante alteran la rutina de todos. Los especialistas coinciden en que la rehabilitación no solo involucra ejercicios o medicación, sino también un acompañamiento emocional sostenido, ya que la ansiedad, la frustración o el cansancio son parte del proceso.

Las terapias más efectivas combinan ejercicios de movilidad, fisioterapia y medicación, incluyendo la aplicación de toxina botulínica tipo A, que reduce la rigidez y mejora la postura. En casos severos, se pueden indicar cirugías correctivas para evitar deformidades y recuperar independencia.

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El acompañamiento de las asociaciones de pacientes resulta vital. Juan Manzano Small, presidente de Por una vida libre de ACV, destacó que la información confiable y las redes de apoyo entre familias ayudan a sostener el ánimo. “El acompañamiento no solo brinda contención, también ofrece herramientas prácticas para mejorar la vida cotidiana”, afirmó.

En Argentina, el portal www.unabrujulaentucamino.com.ar reúne recursos gratuitos para identificar los síntomas iniciales. Entre ellos se mencionan rigidez en brazos o piernas, reflejos exagerados, codos o muñecas flexionadas y calambres frecuentes. Detectarlos a tiempo es el primer paso hacia una rehabilitación efectiva y menos dolorosa.

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La espasticidad, aunque muchas veces invisible, no debe asumirse como un límite definitivo, sino como una condición tratable que requiere tiempo, paciencia y acompañamiento. Con diagnóstico temprano y tratamientos adecuados, la recuperación puede transformarse en una verdadera historia de superación.

Fuente: NA.