

Transnistria no figura en los mapas, pero existe. Tiene bandera, moneda, presidente y ejército. Su capital, Tiráspol, conserva intacta la estética soviética. Allí llegó Maximiliano Bagilet, rosarino y viajero empedernido, para vivir una experiencia única.

“Es como volver a la Unión Soviética”, dijo. Calles con nombres como Vladimir Lenin y 25 de Octubre, murales de trabajadores agrícolas, bustos de líderes comunistas y desfiles patrióticos marcan el ritmo de la ciudad. Hasta el hostel donde se hospedó tenía una bandera roja y la cara de Lenin en la entrada.
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La vida cotidiana parece congelada en los años ‘50. No hay carteles de marcas internacionales, ni grandes centros comerciales. Tampoco existen diferencias marcadas de clase. “No ves pobreza extrema ni villas. Todos tienen lo justo”, relató.
Maxi llegó a Transnistria después de volar a Rumania, cruzar caminando a Moldavia y subir a un colectivo hacia Tiráspol. En la frontera, no sellaron su pasaporte, pero le entregaron un ticket de entrada como si fuera una visa. Todo gratis, todo peculiar.
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Una vez instalado, recorrió la capital y luego pueblos del interior. En esos parajes rurales lo alojaron familias locales que le ofrecieron vino casero y comida hecha con lo que siembran.
“Es como un parque temático soviético”, bromeó. Y no exageraba. Visitó un restaurante ambientado como en la URSS, con vajilla retro, camareras vestidas a la antigua y hasta un Lada estacionado en la puerta.
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La comunicación fue el mayor obstáculo. “No hablan inglés. Ni siquiera Google Translator funcionaba bien”, explicó. El internet llega lento y muchas redes están restringidas. Para moverse, debió usar mapas rusos.
El rublo transnistrio es la única moneda aceptada. Se consigue cambiando euros o dólares. Las tarjetas de crédito no sirven. Todo lo importan desde Rusia o China. No hay producción propia, pero los precios son bajísimos.
“Es un país que no existe, pero funciona”, aseguró. Se quedó una semana. Gasto total: 500 dólares. Un hostel cuesta 15 y comer afuera es barato. Aunque la zona no está pensada para turistas, lo que vivió lo marcó.
“No hay otro lugar así. Es raro, incómodo a veces, pero inolvidable”, resumió el argentino que ya pisó 80 países. Su paso por Transnistria fue una excursión directa al pasado, donde todo parece suspendido… y sin apuro por cambiar
Fuente: Infobae









