Nuestro máximo héroe: La última batalla de San Martín en Boulogne-sur-Mer

José de San Martín murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur-Mer, Francia. Había elegido ese exilio, cansado de las convulsiones políticas y las rencillas que lo persiguieron hasta el final.

En sus últimos años convivió con dolores, operaciones fallidas y cataratas que lo dejaron casi ciego. “Era la tempestad que lleva al puerto”, decía, consciente de que el final estaba cerca.

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El viejo general pasaba horas en silencio, leyendo con ayuda de su hija Mercedes, cuidando las dalias de su jardín o compartiendo mates con su amigo Alejandro María Aguado. Aquella rutina lo mantenía sereno, aunque el dolor lo atacara sin tregua.

Los recuerdos de campañas y exilios volvían una y otra vez. Había renunciado a regresar a una Buenos Aires dominada por el caos y eligió vivir en Europa, entre París, Bruselas y Grand Bourg. Allí lo visitaron Alberdi y Sarmiento, que lo retrataron como un hombre sencillo y sin pretensiones.

El 6 de agosto realizó su último paseo. Desde entonces, las crisis se intensificaron. El opio lo calmaba apenas unas horas. El 17, al mediodía, almorzó frugalmente y pidió que le leyeran los diarios. Poco después, un ataque fulminante lo dejó sin palabras. A las tres de la tarde su reloj se detuvo junto con su corazón.

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El funeral en Boulogne-sur-Mer fue íntimo, con apenas un puñado de acompañantes. Nadie imaginaba entonces que sus restos tardarían treinta años en regresar a Buenos Aires. El féretro viajó en el vapor Villarino en 1880 y fue depositado en la Catedral Metropolitana.

Allí descansa inclinado, con la cabeza a la altura de quienes lo visitan. Una lámpara votiva recuerda al hombre que cruzó los Andes y cambió la historia de América.

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En 1909, la ciudad francesa inauguró una estatua ecuestre en su homenaje. Y cuando las bombas alemanas arrasaron Boulogne durante la Segunda Guerra Mundial, el monumento quedó en pie. Muchos lo llamaron “el milagro de San Martín”.

Hoy, a 175 años de su muerte, su figura sigue intacta. Ni el exilio, ni las dolencias, ni los silencios lograron borrar el legado del Libertador de América.