Actualidad Por: Sergio Bustos03/04/2025

Preocupa la crisis en el principal puerto de Santa Cruz "Puerto Deseado no aguanta más"

El Puerto Deseado sin rumbo.

Puerto Deseado atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia. La ciudad, que alguna vez soñó con el progreso, hoy se encuentra atrapada en una red de conflictos, decisiones erradas y falta total de horizonte productivo. Su puerto, motor económico durante décadas, ya no funciona como debería.

El esplendor original desapareció. Lo que alguna vez fue una terminal modelo hoy se transforma en sinónimo de abandono. Las decisiones equivocadas de todos los sectores convirtieron al puerto en un espacio improductivo, donde los intereses particulares ahogaron la posibilidad de un desarrollo sostenible.

Los fundadores imaginaron una ciudad pujante. La realidad actual es muy distinta. El puerto perdió su impulso y ya no lidera la economía regional. El declive arrastra a cientos de trabajadores y a toda una comunidad que depende de su vitalidad.

Las peleas gremiales, los errores empresarios y el silencio del Estado consolidaron un panorama oscuro. Las disputas mezquinas arruinaron el negocio portuario y alejaron a las inversiones. El capital huyó. Las promesas no alcanzan para reconstruir lo que se desmorona día a día.

La economía de Puerto Deseado gira en torno a su puerto. Sin barcos, sin actividad y sin acuerdos, la ciudad no encuentra una salida al estancamiento. La industria pesquera, que alguna vez impulsó la región, hoy navega sin rumbo ni garantía de continuidad.


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El movimiento portuario ya no es el mismo. El desplome es tan fuerte que cambió la estructura económica de toda la provincia. Santa Cruz pierde uno de sus pilares logísticos. El epicentro de la actividad marítima se vuelve estéril.

El conflicto se profundizó con el paso del tiempo. La pérdida de categoría operativa fue el golpe final. Los indicadores marcan un retroceso constante. El puerto ya no figura entre los más activos de la región patagónica.

Las causas son múltiples, pero el alto grado de conflictividad gremial ocupa el primer lugar en la lista de responsables. La tensión entre trabajadores y empresarios nunca encontró un canal de diálogo firme. Las medidas de fuerza fueron la norma.

Las empresas se fueron. Los barcos también. Nadie quiere operar en un puerto imprevisible. Nadie quiere descargar sin saber si el muelle estará abierto o cerrado al día siguiente. La falta de previsibilidad destruyó el negocio.

La responsabilidad es compartida. No hay un solo culpable. Los errores políticos, las fallas en la gestión empresarial y las decisiones sindicales sin visión a futuro formaron una tormenta perfecta. El resultado está a la vista: caos, desempleo y fuga de inversiones.

La actividad se desplomó. La cantidad de embarcaciones cayó de forma estrepitosa. Se calcula que más de veinte barcos abandonaron el puerto en los últimos años. La mayoría por conflictos laborales sin resolución.


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Los gremios no ofrecieron una estrategia de largo plazo. Se priorizó la pelea inmediata antes que la construcción de acuerdos duraderos. El capital se sintió excluido. Las empresas optaron por mudarse a lugares más estables.

Las sanciones a los sindicatos fueron frecuentes. Pero el daño ya estaba hecho. La falta de autocrítica profundizó las divisiones. Nadie quiso asumir el costo político de una negociación seria. El puerto perdió capacidad y perdió reputación.

Algunos sectores gremiales fueron más allá. Se denunció la cartelización de la actividad portuaria, con beneficios para empresas amigas y perjuicios para el conjunto. Las decisiones dejaron de responder a criterios productivos. El negocio se convirtió en un laberinto de favoritismos.

El puerto dejó de funcionar como un sistema integral. El modelo que ofrecía oportunidades a todos los actores ya no existe. El lugar se volvió chico. Las decisiones se achicaron. El impacto económico se multiplicó.

A pesar de todo, el potencial sigue ahí. Puerto Deseado puede ser un faro del sur patagónico. Pero necesita orden, diálogo y objetivos claros. Las inversiones no llegarán solas. Hay que crear condiciones de compromiso, previsibilidad y responsabilidad.

El puerto debe trabajar todos los días del año. No puede ser una incógnita. Las empresas necesitan seguridad. Los trabajadores necesitan estabilidad. La comunidad necesita esperanza. Solo con acuerdos amplios se puede retomar el rumbo.

El puerto quedó atrapado en una guerra entre sectores. Nadie quiso ceder. Nadie pensó en el bien común. Las consecuencias las paga toda la ciudad. Las paga Santa Cruz. Las paga el país.


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El último episodio agravó el clima. El Sindicato Único de Estibadores Portuarios Patagónicos (SUEPP) paralizó la descarga del buque Varamo. La medida se tomó en plena conciliación obligatoria. Las reglas del juego ya no se respetan.

El conflicto con SUEPP reflejó lo peor de la coyuntura. Ningún diálogo, ninguna solución. Solo más enfrentamientos y más barcos alejándose del puerto. La conciliación se volvió un trámite vacío. La producción quedó detenida.

Los actores deben recapacitar. El camino no puede ser la exclusión ni el enfrentamiento permanente. El trabajo con derechos claros debe convivir con la obligación de garantizar funcionamiento.

El puerto debe abrirse a todos. No puede ser un espacio cerrado, ni para los gremios ni para las empresas. La clave está en construir consensos con reglas compartidas y cumplimiento garantizado por todas las partes.

El crecimiento no se logra con bloqueos. Tampoco con decisiones unilaterales. El equilibrio es necesario para que el puerto vuelva a tener vida, y para que la ciudad vuelva a tener futuro.

Hoy Puerto Deseado es una ciudad detenida. Su economía se desvanece. Su puerto está mudo. Pero el potencial sigue ahí. Solo falta voluntad de reconstruir, con sentido común y sin mezquindades.

Los actores deben dejar de pensar en la torta propia. Primero hay que hacerla crecer. Solo así habrá para todos. Lo demás es repetir el mismo error de siempre, y condenar al puerto al olvido.