Rampla Juniors cayó a la C y expuso el fracaso de las sociedades anónimas deportivas

Deporte21/10/2025Sergio BustosSergio Bustos
foster guillet
Foster Guillet.

Rampla Juniors ya no es solo una derrota deportiva. Su caída a la Tercera División del fútbol uruguayo se convirtió en el símbolo del fracaso de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD), el modelo que prometía profesionalizar los clubes y terminó despojándolos de identidad.

El proyecto del empresario estadounidense Foster Gillett fue el más reciente experimento de esa lógica. “Vinimos a llevar a Rampla al primer nivel del continente”, anunció a comienzos de año, cuando asumió el control del club y lo transformó en una SAD. Ocho meses después, el equipo descendió por primera vez en su historia.

El sueño de inversión extranjera se derrumbó en tiempo récord. Gillett, exinversor del Liverpool inglés, desembarcó con promesas millonarias, pagó 90 mil dólares para evitar un descenso administrativo y desapareció cuando los resultados no llegaron. La dirigencia lo intimó por incumplimiento, los jugadores denunciaron atrasos salariales y la hinchada sintió que el club había perdido el alma.


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“Nos quitaron el club para hundirlo más”, expresó un socio en la tribuna del partido ante Atenas de San Carlos, donde Rampla perdió 1-0 y firmó su caída al abismo. Con 7 victorias, 7 empates y 17 derrotas, el equipo cerró el torneo como último y sin rumbo.

La llegada de Julio Buffarini, junto a varios argentinos, tampoco cambió el destino. Ni la experiencia ni los refuerzos alcanzaron para frenar una debacle que mezcló errores deportivos y desmanejo financiero.

El caso de Rampla se suma a una lista creciente de clubes latinoamericanos que cedieron su control a capitales privados y terminaron fuera del mapa profesional. La promesa de modernización quedó reducida a discursos vacíos y contratos rotos.

En Uruguay, la experiencia reabre la discusión sobre el modelo de las SAD, impulsado bajo la idea de que la gestión empresarial podía sustituir la conducción social. Hoy, la evidencia muestra que la distancia entre la comunidad y el capital destruye los cimientos deportivos.


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Foster Gillett, heredero de una familia con paso por Liverpool y los Montreal Canadiens, también había intentado invertir en Estudiantes de La Plata, junto a Juan Sebastián Verón, pero el acuerdo se frustró antes de firmarse. “No se llegó a buen puerto, el contexto legal no ayudó”, explicó el dirigente platense Juan Martín Ongay.

El colapso de Rampla exhibe un patrón: inversores externos que prometen modernizar, gestionan desde lejos y se retiran sin asumir consecuencias. Lo que queda es una institución vaciada, endeudada y con hinchas que ahora deberán reconstruir su club desde la C.

En el barrio del Cerro, el golpe fue emocional. Rampla fue campeón en 1927 y símbolo del fútbol obrero uruguayo. Hoy, los vecinos recuerdan lo que eran las tardes de tribuna llena y sienten que la privatización les arrebató parte de su historia.

El fracaso no fue solo deportivo. Fue el fracaso de un modelo que confunde inversión con pertenencia. Rampla perdió su lugar, su identidad y su voz. Y con eso, perdió también la esencia de lo que significa ser un club.

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