
Preparando las fiestas de fin de año: El origen del arbolito y el peso del 8 de diciembre
Otros Temas02/12/2025
REDACCIÓN
El 8 de diciembre mueve a miles de familias argentinas hacia un mismo gesto: levantar el arbolito y abrir la temporada navideña. Ese día sobresale en el calendario desde hace décadas y se instala como un punto de partida emocional. La escena se repite en casas de todo el país y anticipa un clima que ya se siente en la calle.


La elección de esa fecha no nace del azar. El 8 marca la celebración de la Inmaculada Concepción de María, una jornada con un peso fuerte dentro de la tradición católica. La fecha sostiene un sentido espiritual que convive con un costado cultural muy arraigado en la vida cotidiana.
“La Iglesia honra la pureza de María desde hace siglos”, recuerdan los historiadores que siguen la huella de esta festividad. Esa afirmación simboliza el origen del festejo y explica su presencia constante en países de tradición cristiana. Desde 1854, el Papa Pío IX fijó este día y reforzó su lugar en la liturgia mundial.
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En la Argentina, la fecha también tiene un impacto práctico. El 8 de diciembre funciona como feriado nacional y regala un fin de semana que muchas familias aprovechan para reunirse. Ese encuentro derrama una escena típica: cajas abiertas, luces desenredadas y el abeto que toma forma en el centro del living.
El armado del arbolito se vuelve la puerta de entrada al Adviento. Este tiempo marca la espera del nacimiento de Jesús, una cuenta regresiva que atraviesa misas, familias y rituales que se adaptan a cada hogar. Con el paso de las décadas, el gesto se volvió costumbre incluso entre quienes no siguen la liturgia con fervor.
Pero la historia del árbol nace mucho antes. Los pueblos nórdicos celebraban el solsticio de invierno con robles decorados, un rito que buscaba atraer la fertilidad del verano siguiente. Aquella imagen remontaba al árbol de la vida y a una cosmovisión marcada por la naturaleza y los ciclos del frío.
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En ese paisaje aparece Yggdrasil, el árbol mítico que sostenía el universo según la tradición nórdica. “El árbol era un puente entre los mundos”, explican los especialistas en mitología. Esa figura viajó a través del tiempo y se mezcló con nuevos símbolos que llegaron desde el cristianismo.
Durante el siglo VIII, San Bonifacio dejó una marca definitiva. El misionero cortó un roble pagano en Hesse y levantó un abeto en su lugar, un gesto que buscó unir fe y práctica. A ese abeto lo adornó con manzanas como símbolo del pecado y con velas que evocaban la luz de Cristo.

Con los años, la tradición viajó, cambió y se volvió parte de la Navidad moderna. Las manzanas se transformaron en esferas y las velas en luces, mientras que el arbolito ganó un rol emocional: punto de reunión, espacio de agradecimiento y señal de que el año ya comienza a despedirse.
















