DEMANDÓ A UN HOTEL ALOJAMIENTO POR “RUIDOS MOLESTOS”

La pesadilla de vivir al lado de “un telo”. El vecino se cansó de los “ruidos molestos” y ganó la demanda. Obtuvo una indemnización de miles de dólares.

Actualidad04 de septiembre de 2024Sergio BustosSergio Bustos
el telo
La víctima y el "telo" de la discordia.

Los sobrinos más pequeños no podían visitarlo en su casa. Tampoco los nietos de sus amigos más cercanos. Al principio, esos amigos se reían de la situación; la primera y hasta la segunda vez que eran testigos de lo que ocurría, pero a la tercera ya no les parecía tan gracioso. Alguna mujer con la que Jorge Ruiz salía también llegó a conocer en detalle su padecimiento, experimentando en carne propia cómo esa casa se había transformado en un infierno.

Jorge Ruiz recuerda con claridad cómo le ganó un juicio por daños y perjuicios al hotel alojamiento del que aún es vecino. Su voz fluctúa entre el alivio de haber dejado atrás los ruidos molestos que, según él, hacían "imposible vivir", y un escalofrío que revive cualquier trauma que una persona haya atravesado. "Muchos me decían que por qué no me mudaba, que me fuera a un lugar más tranquilo para no sufrir más. Pero yo no quería resignarme e irme; tenía un buen lugar para vivir cómodamente. No fue fácil todo el proceso, pero valió la pena", comenta Jorge desde La Plata.

Hace un tiempo, tras ganar el litigio contra el Hotel Uno, Jorge decidió mudarse, pero dentro de la misma propiedad horizontal. “Antes vivía al fondo del pasillo; ahora mi casa da a la calle, pero sigo lindando con el hotel”, describe el hombre de 65 años, empleado administrativo. Su casa se encuentra a medio camino entre la cancha de Estudiantes y el Bosque, donde juega Gimnasia, en pleno barrio Mondongo y a tres cuadras de la llamada Zona Roja. Durante años, convivió con ruidos insoportables que sólo pudo amortiguar –ni siquiera eliminar por completo– tras un juicio civil que le otorgó una indemnización de alrededor de 700.000 pesos (casi 24.000 dólares al cambio blue). Aunque la sentencia fue en 2018, el pago y el traslado del lavadero se concretaron en 2019.

“El hotel rodea nuestros departamentos por un costado y por el otro. La hijita de una vecina, en más de una ocasión, le dijo a su madre que estaba segura de que estaban golpeando a una mujer por los gritos que escuchaba”, recuerda Jorge, quien rápidamente añade: "Pero esos ruidos no eran los peores". El living y la habitación de su casa colindaban con el lavadero del hotel: "Este tipo de lugares cambian las sábanas cada vez que entra una pareja nueva. Hay turnos que duran dos o tres horas, así que el uso del lavadero es constante. Lavarropas y centrifugadoras industriales funcionando sin ningún tipo de aislamiento acústico y moviéndose sobre la loza. Eso era absolutamente invivible; no se podía vivir con ese ruido sonando día y noche. Era un infierno", relata Jorge, con el rostro tensado por el recuerdo del malestar.

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El juicio, que fue oral, aunque no es lo habitual en el fuero Civil y Comercial, contó con el testimonio de catorce o quince personas, según Jorge. “Fue muy intenso. Revivir todo eso fue difícil y, al mismo tiempo, había que exponer la intimidad. Declaró, por ejemplo, una chica con la que salía. Según ‘las generales de la ley’, no deberían haberle permitido declarar por nuestra relación, pero, ¿quién más podía testificar sobre los ruidos en mi casa a las tres de la mañana si no era alguien cercano?”, explica Ruiz. La jueza autorizó el testimonio. También declararon algunos de sus amigos.

En el juicio, Jorge no solo describió los ruidos provenientes del lavadero, que eran los más fuertes, sino también los que se escuchaban desde las habitaciones del hotel. “Hablé de los ruidos que puede imaginarse cualquiera en el contexto de una relación sexual. Hay gente más ruidosa y gente más silenciosa. A eso hay que sumarle los tacones a cualquier hora y las máquinas de limpieza que se usaban inmediatamente después de cada turno. La aspiradora chocando contra los muebles y las paredes”, reconstruye Jorge.

Además de los ruidos, la demanda también incluía otros daños y perjuicios: “Mi patio siempre estaba lleno de cosas que se volaban o que tiraban. Imaginate desde fundas de almohada que se desprendían de la soga hasta preservativos, sobres de preservativos, latas de Speed, vasos... de todo”, enumera. Fueron alrededor de diez años en los que, según él, “no había manera de conseguir un poco de paz”. Llegó a esa vivienda en 2008 y recién en 2019 se retiró el lavadero de donde estaba. "El hotel sigue aquí, al lado de donde vivo. La convivencia es de 'hola' y 'chau', nada más", señala Jorge, quien asegura que el tormento que ya no padece eran esos lavarropas industriales y esas aspiradoras, mezclados con los restos físicos de una noche de sexo ajena desparramados en su patio y el "tun-tun-tun que hace una cama en la que dos personas están teniendo relaciones", relata.

Con el cambio de ubicación del lavadero y la menor frecuencia de uso de la habitación contigua a su casa, Jorge empezó a superar años de insomnio, estrés y problemas gástricos que le había provocado ese martirio. "Era difícil probar el daño psicológico y físico que sufría el denunciante ante la Justicia. Con la pericia de un ingeniero que trabajó con un decibelímetro, se pudo demostrar la intensidad de los ruidos en el lavadero y eso fue una prueba contundente", explica Ezequiel Grasso, abogado defensor de Ruiz en el juicio que Jorge ganó al Hotel Uno.

El proceso judicial tuvo que documentar los daños físicos y psicológicos sufridos por Jorge. "Fue un desafío probar las complicaciones que lo llevaron a tener que tratarse con un gastroenterólogo y un psiquiatra", explica Grasso. El juicio duró dos años, y la prueba del decibelímetro, cuyos resultados demostraron que los ruidos superaban los niveles permitidos por la zonificación de la zona, resultó determinante.

“Después de que el caso se hizo conocido, muchísima gente vino a preguntarme por el abogado o por cómo hacer para encarar una demanda por ruidos molestos, especialmente personas con problemas con algún gimnasio lindero”, asegura Jorge. A Grasso le llegaron muchas consultas por ese motivo, pero decidió no tomarlas: lo de Ruiz, un amigo de toda la vida de su padre, fue una excepción dentro de su carrera enfocada en otros tipos de casos. "Está lleno de víctimas de ruidos molestos. Y te juro que te volvés loco. No dormir te vuelve loco. No poder descansar en tu casa te vuelve loco. Ahora puedo vivir tranquilo, es una tranquilidad enorme", concluye Jorge, con un tono de voz que, esta vez, refleja puro alivio.

   

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