

Putin mete presión y sigue con sus reactores nucleares en plena tormenta en Medio Oriente
Actualidad22/06/2025


Putin no afloja ni un milímetro. En medio de un tablero internacional inflamable, Rusia duplicó la apuesta y avanzará con la construcción de dos nuevos reactores nucleares en Irán. Lo anunció el propio mandatario en San Petersburgo, durante el Foro Económico Internacional, frente a empresarios y funcionarios de alto rango.

“A pesar de la complejidad en torno a Irán, completamos el reactor de Bushehr y firmamos contratos para otros dos,” dijo el presidente ruso. El mensaje fue directo. No hay marcha atrás. Tampoco señales de pausa.
En la planta de Bushehr ya trabajan unos 250 técnicos rusos de forma permanente, aunque los picos de obra elevan la cifra a 600 personas. Putin reclamó garantías concretas para su seguridad, un gesto que deja en evidencia el riesgo latente en la zona.
“No nos retiraremos del proyecto,” repitió. La frase se leyó como un mensaje para Occidente. Una advertencia, pero también una declaración de permanencia geoestratégica.
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La reacción internacional no tardó. Rafael Grossi, titular del Organismo Internacional de Energía Atómica, fue tajante. “Un ataque directo podría liberar niveles extremadamente altos de radiactividad,” afirmó. Y recordó que en la planta se almacenan grandes cantidades de material nuclear.
Las palabras de Grossi retumbaron en el Consejo de Seguridad de la ONU, que ya convocó a sesiones de emergencia. El riesgo de una catástrofe ambiental y humanitaria es real.
Putin, sin embargo, eligió mantener su discurso de prudencia. “Hay que buscar una solución pacífica,” declaró. Pero no explicó cómo piensa combinar ese objetivo con el avance constante de sus técnicos en territorio iraní.
Para el Kremlin, el conflicto no desestabiliza a Teherán. Al contrario. “Hay una consolidación social en torno al liderazgo,” dijo Putin, en una defensa explícita del gobierno iraní. Una lectura que contrasta con los informes de inteligencia occidental.
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La posición rusa plantea un doble reclamo. Por un lado, exige respeto al derecho de Irán de avanzar con tecnología nuclear para fines civiles. Por el otro, reconoce la necesidad de preservar la seguridad del Estado de Israel. Una jugada que busca mostrarse equilibrada pero que, en los hechos, no frena las tensiones.
“Es un asunto delicado que exige mucho cuidado,” admitió. Pero enseguida remató: “En líneas generales, creo que es posible alcanzar una solución que contemple ambas posiciones.”
El problema es que mientras se habla de diálogo, los trabajos en Bushehr siguen. Y con ellos, la posibilidad de que un misil cambie el curso de los acontecimientos.
No es la primera vez que Rusia se mete en zonas calientes con proyectos nucleares. Pero este caso concentra dos ingredientes que preocupan: altísima sensibilidad geopolítica y material radiactivo en juego.
Las potencias observan con recelo. Estados Unidos no descarta nuevas sanciones. Israel, por su parte, ya lanzó advertencias. En Tel Aviv no creen en la neutralidad rusa.
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Putin se mueve entre dos fuegos. Respalda a Irán, pero quiere evitar un incendio regional. Insiste en que la energía nuclear es pacífica, aunque no disimula su intención de ampliar influencia en Medio Oriente.
Para algunos analistas, Bushehr ya no es solo una planta. Es un símbolo. Un termómetro que mide cuánto aguanta la diplomacia antes de romperse.
Mientras los camiones entran y salen del complejo, el mundo contiene la respiración. Lo que pase ahí puede definir mucho más que un contrato energético. Puede decidir el rumbo de una guerra que todavía no empezó, pero que ya amenaza con cruzar todas las líneas.








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