
La trampa del juego online: millones de pobres en Brasil apuestan hasta el subsidio
Otros Temas14/07/2025
REDACCIÓN
“Las tarjetas llaman todos los días”, confesó Karen, de 29 años, desde Minas Gerais. No lo sabe toda su familia. Su adicción al juego ya vació su billetera. Y la de miles más.


Desde que Brasil habilitó las apuestas online en 2018, el negocio explotó. La regulación recién llegó en 2025, y demasiado tarde para muchos. Los más golpeados: los más pobres.
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Un dato que sacude: el 20% del dinero del programa Bolsa Familia fue a parar a casas de apuestas en un solo mes. Son 3 mil millones de reales. Plata destinada a alimentación o vivienda, convertida en fichas digitales.
El 67% de quienes juegan lo hacen con conductas de riesgo, según un estudio de la Universidad Federal de São Paulo. Y 6 de cada 10 carteles publicitarios en los estadios del Brasileirao promueven el juego. En la última fecha, fueron 7 de cada 10.
"La gente tiene un vínculo emocional con el fútbol. Las marcas de apuestas lo aprovechan”, explicó el psicólogo británico Jamie Torrance. Influencers, famosos y deportistas completan la escena.
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Los clubes de fútbol se convirtieron en socios directos. El 90% de los equipos de primera llevan apuestas en el pecho. Algunos dicen que sin ese dinero el sistema colapsa. Otros denuncian complicidad.
España y Reino Unido ya aplican restricciones. Brasil va lento. La nueva ley exige registrar empresas, tributar y advertir sobre el consumo responsable. Pero todavía permite pautar en transmisiones y usar celebridades.
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Mientras el Congreso discute más límites, el daño ya se ve en carne propia. Karen dejó de apostar hace un mes. No fue por la ley, sino por un grupo de ayuda gratuito que lidera el psicólogo Rafael Ávila.
“El Gobierno debió actuar hace seis años”, reclamó Ávila. Afuera de las grandes ciudades, no hay redes de contención. Y el algoritmo no perdona.
“No tengo más dinero online. Es mi única defensa”, dijo Karen. Para ella, cada notificación de apuesta es una tentación. Para los clubes, cada contrato es un salvavidas. Para el Estado, el reloj corre.
Fuente: DW

















