
Energía, divisas y competitividad: los motores que podrían transformar la economía argentina
Chubut03/08/2025
REDACCIÓN
Durante su exposición ante empresarios y referentes del sector privado en el Hotel Dazzler de Puerto Madryn, el economista Pablo Besmedrisnik acompañado por Slomit Milchker de la Consultora VDC, dedicó un extenso tramo a analizar cuáles son las oportunidades estructurales que podrían modificar la historia económica argentina. Organizado por Carlos Zonza Nigro y Alejandro Castro, con respaldo de FEPA, Red Uno, #LA17 y el restaurante Coirón, el evento propuso una mirada de largo plazo, y Besmedrisnik ofreció un diagnóstico realista, centrado en los motores que podrían darle sostenibilidad al crecimiento. Según dijo, el país arrastra una enfermedad crónica: la escasez de divisas genuinas. “Estamos acostumbrados a salir de una crisis, empezar a crecer, consumir, importar, y cuando queremos darnos cuenta, nos quedamos sin dólares y se pudre todo”, expresó con crudeza. Sin embargo, sostuvo que hay sectores emergentes que podrían cambiar esa dinámica.


En particular, resaltó el potencial que tienen la energía y la minería como fuentes de ingreso que se suman al histórico aporte del agro. “Estamos frente a un cambio estructural. Si todo sale bien, el sector energético podría generar 30.000 millones de dólares anuales hacia 2030. Es un cambio dramático y positivo”, aseguró. Recordó que la balanza energética pasó de aportar 50.000 millones de superávit a arrastrar un déficit acumulado de 25.000 millones, pero que hoy las perspectivas volvieron a ser auspiciosas. En cuanto a la minería, remarcó que en 2024 ya generó 6.000 millones de dólares en exportaciones, casi sin consumo interno, y que podría duplicar esa cifra en pocos años. “No es menor: son ingresos que podrían complementar al agro y aliviar la restricción externa”, explicó. Para Besmedrisnik, resolver el cuello de botella de la balanza de pagos es la única manera de garantizar estabilidad monetaria y financiera a mediano plazo.
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El economista también se detuvo a describir el grado de distorsión que sufren los precios en la economía argentina, fenómeno que —según afirmó— impide que la competencia y la eficiencia cumplan su rol. Utilizó ejemplos concretos y didácticos. “Una Big Mac cuesta 6% más en Buenos Aires que en Miami. Pero una Nike Air Max cuesta 85% más. Con una Air Max se compran 22 Big Macs en Argentina, y solo 12 en Estados Unidos”, detalló. Estos precios, según dijo, no responden a criterios económicos sino a desajustes generados por aranceles, especulación, brechas cambiarias y desconfianza sistémica. “Tenemos precios mentirosos. Y una economía sin precios es una economía sin señales. Es como un motor sin aceite”, graficó. Advirtió que este problema no solo distorsiona el consumo, sino que desalienta la inversión productiva, porque las decisiones no se toman con lógica empresarial sino con lógica de supervivencia. “Cuando los precios no reflejan los costos reales ni la productividad, el país funciona a ciegas. La especulación reemplaza a la racionalidad”, sostuvo.
Otro de los puntos críticos del modelo económico argentino es, según Besmedrisnik, la debilidad estructural del sistema financiero. Comparó que mientras en Chile los créditos al sector privado representan el 80% del PBI, y en Brasil el 71,8%, en Argentina apenas alcanzan el 7,7%. “Es una economía que vive con lo propio. No hay financiamiento. Y sin crédito, no hay inversión ni crecimiento sustentable”, señaló. Explicó que durante mucho tiempo, el sistema financiero argentino se dedicó a prestarle exclusivamente al Estado, dejando al sector privado sin herramientas para crecer. Sin embargo, planteó que si esa dinámica lograra revertirse, el impacto podría ser contundente. “Si logramos que el crédito privado pase del 7 al 40% del PBI, el efecto sería equivalente a un plan Marshall interno. No digo que lleguemos al 80% de Chile, pero si damos ese salto, cambia todo”, afirmó. Aclaró que para que eso ocurra es necesario normalizar el sistema de precios, estabilizar la moneda y generar condiciones de previsibilidad institucional. “Ningún banco va a prestarle a una pyme si no sabe cuánto va a valer el dólar en seis meses”, advirtió.
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Finalmente, Besmedrisnik abordó la cuestión de la competitividad, no desde una perspectiva cambiaria, sino desde lo que definió como competitividad sistémica. Señaló que la Argentina ocupa el puesto 66 entre 67 países evaluados, muy por detrás en educación, infraestructura, calidad del gasto público, eficiencia administrativa y apertura comercial. “Podemos tener el mejor tipo de cambio, pero si no tenemos instituciones sólidas, capital humano, conectividad, tecnología y reglas claras, no vamos a poder competir en ningún mercado”, afirmó. Reconoció que en algunos aspectos se han dado pasos, como en la desburocratización y el orden fiscal, pero consideró que los avances son lentos frente a la magnitud de los problemas. “La velocidad con la que se encaran estas reformas es mucho más lenta que lo que la economía necesita. Y la ventana de oportunidad no dura para siempre”, expresó. En su visión, la Argentina enfrenta una oportunidad singular, pero también un riesgo alto de seguir postergando los cambios de fondo.
















