El Congreso en la historia: los legisladores que moldearon la democracia argentina

Opinión: Democracia en voz alta26/10/2025REDACCIÓNREDACCIÓN
Sergio Bustos
Sergio Bustos

Desde los primeros debates patrios hasta la crisis del 2001, los legisladores argentinos fueron actores centrales de cada etapa política, entre la representación popular, el control del poder y las tensiones del país real.

La historia argentina puede leerse también desde sus bancas. Cada ley sancionada, cada discurso, cada votación en el Congreso es parte de una trama mayor que atraviesa revoluciones, dictaduras, reformas y crisis. Los legisladores nacionales fueron testigos y protagonistas de los momentos más decisivos del país: del voto universal al retorno de la democracia, del Estado de bienestar al colapso institucional del 2001.

Desde los primeros ensayos republicanos, el rol legislativo fue un terreno de disputa entre el poder central y las provincias. Manuel Belgrano, más allá de su figura patriótica, participó activamente en los debates fundacionales de la independencia, buscando un equilibrio entre la soberanía del pueblo y el orden institucional. En esas asambleas se gestó una idea de nación que tardaría décadas en consolidarse.

Durante el siglo XIX, figuras como Facundo Quiroga y los caudillos federales llevaron esa disputa al campo de la política y la guerra. Los legisladores de entonces no solo escribían leyes: negociaban la supervivencia de un país en formación. El Congreso era, muchas veces, una extensión de los campos de batalla.


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La organización nacional de 1853 abrió una etapa en la que el Parlamento comenzó a consolidarse como espacio de deliberación política. A fines del siglo XIX, el país ya tenía una estructura institucional definida, pero el voto seguía restringido. Fue Roque Sáenz Peña, desde su lugar de legislador y luego presidente, quien impulsó en 1912 la ley que instauró el sufragio universal, secreto y obligatorio para los hombres. Esa norma transformó la representación política y dio origen a la verdadera democracia electoral argentina.

El Congreso se convirtió en escenario de nuevas voces. Con la Ley Sáenz Peña, el radicalismo llegó al poder y Hipólito Yrigoyen se transformó en el primer presidente elegido por voto popular. Antes de ocupar el Ejecutivo, Yrigoyen había sido un hombre de leyes y debates, convencido de que la política debía ser una herramienta moral y no un privilegio. Su gestión abrió una etapa de ampliación de derechos, aunque también de tensiones con las élites conservadoras.

El siglo XX argentino alternó etapas democráticas con gobiernos de facto. Cada interrupción militar disolvía el Congreso, suspendía las garantías constitucionales y silenciaba la voz del pueblo. Sin embargo, las ideas debatidas en esos recintos sobrevivían en la memoria política. En 1947, bajo el gobierno de Juan Domingo Perón, el Congreso sancionó la Ley 13.010 de sufragio femenino, impulsada por Eva Perón. Fue otro hito histórico: las mujeres conquistaron el derecho a votar y a ser elegidas, completando un ciclo de ampliación democrática iniciado tres décadas antes.


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Los años posteriores estuvieron marcados por proscripciones, golpes de Estado y censura. Entre 1955 y 1983, el país vivió más tiempo bajo regímenes autoritarios que en democracia. Durante la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, el Congreso fue disuelto y reemplazado por juntas militares que gobernaron sin control civil. La ausencia del poder legislativo significó la negación misma de la república.

El 10 de diciembre de 1983, con la asunción de Raúl Alfonsín, la democracia volvió a ocupar su lugar. El Congreso reabrió sus puertas y, con él, regresó el debate político. En los primeros años del nuevo período, los legisladores tuvieron un rol determinante: aprobaron la creación de la CONADEP, debatieron la responsabilidad del Estado en las violaciones a los derechos humanos y reconstruyeron el tejido institucional del país.

Durante la década del noventa, el Parlamento atravesó un cambio profundo. El presidente Carlos Menem, con mayoría peronista en ambas cámaras, impulsó un modelo económico basado en privatizaciones, apertura de mercados y reformas estructurales. Los legisladores discutieron leyes que transformaron la economía y el Estado, desde la Ley de Reforma del Estado hasta la convertibilidad. Fue una etapa de fuerte centralización del poder y de creciente distancia entre la política y la sociedad.

La reforma constitucional de 1994, producto del pacto entre Menem y Alfonsín, introdujo cambios significativos: reelección presidencial, autonomía de la Ciudad de Buenos Aires y creación del Jefe de Gabinete, entre otros. Pero también marcó el fin de una era de consensos institucionales y el inicio de una crisis de representación que estallaría pocos años después.


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El nuevo siglo llegó con un Congreso debilitado y un país en colapso. En 2001, mientras las calles ardían al ritmo del “que se vayan todos”, el Parlamento fue blanco del enojo popular. Sin embargo, en medio del caos, fue el Congreso el que sostuvo la continuidad democrática: designó presidentes interinos, declaró el default y acompañó la transición encabezada por Eduardo Duhalde en 2002.

Entre 1983 y 2003, los legisladores argentinos cumplieron su papel en tiempos turbulentos: debatieron la paz con Chile, sancionaron leyes de derechos humanos, avalaron privatizaciones, interpelaron ministros y sobrevivieron a la peor crisis institucional desde 1930. En cada década, la Cámara de Diputados y el Senado reflejaron el pulso del país real, con sus avances, contradicciones y reconstrucciones.

Hoy, cuatro décadas después del regreso democrático, el Congreso sigue siendo un termómetro de la Argentina. En sus pasillos resuenan las voces de quienes marcaron el rumbo: Belgrano, Sáenz Peña, Yrigoyen, Perón y tantos otros que entendieron que legislar es mucho más que votar leyes; es construir historia

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