La rebelión joven: del Himalaya al Pacífico, una generación que no calla

Actualidad09/11/2025Sergio BustosSergio Bustos
jovenes generacion z
La Generación Z se rebela.

En septiembre y octubre de 2025, cuatro países tan distintos como Nepal, Perú, Marruecos y Madagascar fueron escenario de un mismo grito: el hartazgo de una generación que no quiere esperar más. Jóvenes nacidos entre los 90 y los 2000, hiperconectados y descreídos de las viejas estructuras, salieron a las calles para reclamar lo que en cada geografía les falta: libertad, transparencia, trabajo y servicios básicos. El fenómeno, bautizado como “rebelión joven”, expone un cambio de época que ya no responde a partidos ni ideologías, sino a una conciencia global en red.

En Nepal, el detonante fue la decisión del gobierno de bloquear más de 25 redes sociales, incluyendo Facebook, Instagram y YouTube. La medida desató una furia inédita. Miles de jóvenes tomaron las calles de Katmandú y otras ciudades, enfrentaron a la policía y forzaron la renuncia del primer ministro K. P. Sharma Oli. “Nos quitaron las redes, pero no la voz”, se leía en los carteles que luego recorrieron el mundo. En apenas una semana, el país vivió su mayor crisis política en dos décadas, impulsada por la generación que había nacido cuando internet ya era parte del aire.

En Perú, las marchas tienen otro origen, pero la misma raíz. Jóvenes de entre 18 y 30 años coparon Lima con banderas piratas —símbolo tomado del manga One Piece— para denunciar la corrupción, la inseguridad y el estancamiento institucional. “No queremos otro Congreso, queremos otro país”, fue el lema que resonó frente al Palacio Legislativo. La respuesta oficial fue la de siempre: estado de emergencia, represión y silencio político. Pero la juventud peruana demostró que la apatía ya no es su sello.


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Marruecos vivió en paralelo su propio despertar. Bajo la consigna #GenZ212, estudiantes y jóvenes graduados se movilizaron en Casablanca, Rabat y Fez para exigir mejoras en salud, educación y empleo. La protesta estalló en un país que, pese a su modernización, mantiene altos niveles de desigualdad y control político. Allí, la “rebelión joven” no solo cuestiona al gobierno, sino también la estructura de una monarquía que resiste las críticas con censura digital y vigilancia estatal.

En Madagascar, donde la pobreza supera el 70% y los cortes de luz y agua son cotidianos, el hartazgo explotó a fines de septiembre. Miles de jóvenes salieron a las calles con antorchas y celulares como únicos recursos. “Si no hay luz, vamos a encender el país”, gritaban frente al Palacio Presidencial. El gobierno respondió con toque de queda y detenciones masivas. Sin embargo, el mensaje quedó claro: una generación sin futuro material, pero con conexión global, se convirtió en el motor de una nueva forma de protesta.

Lo que une a estos cuatro escenarios no es la geografía, sino el lenguaje. Memes, hashtags, música y referencias compartidas por redes que cruzan continentes. El mismo símbolo pirata de One Piece ondea en Katmandú, Lima y Antananarivo como bandera de resistencia. En lugar de ideologías, esta generación tiene códigos culturales. En vez de líderes visibles, tiene coordinación espontánea. En lugar de consignas partidarias, exige transparencia, meritocracia y dignidad.


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Los expertos hablan de una mutación política profunda. No es un movimiento juvenil más: es una generación que no le teme a la caída de gobiernos ni a la represión digital. No se organiza en sindicatos ni en partidos, sino en grupos de Telegram o Discord. Y cuando los gobiernos bloquean las redes, ellos inventan nuevas rutas tecnológicas para seguir conectados.

Mientras tanto, el poder político —sea en Asia, África o América Latina— parece no entender el cambio. Sigue respondiendo con represión, censura y negación. Pero la ola ya no se detiene. Cada país enfrenta su versión del mismo conflicto: una juventud que no quiere emigrar ni callarse, sino quedarse y reclamar un lugar justo en el futuro.

Las imágenes que llegan desde Katmandú, Lima o Casablanca muestran algo más que protestas. Son postales del fin de una era: la del control vertical y la obediencia. Si algo dejó claro esta rebelión global es que la generación Z no necesita permiso para hacerse oír.

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