
La historia de un rosarino que convirtió una idea casera en un negocio imparable
Otros Temas24/11/2025
REDACCIÓN
La historia de Tomás Machuca avanza como un cuento urbano nacido en Rosario, con una idea mínima que creció hasta romper cualquier pronóstico. Hoy vende 15.000 canilleras por mes, sostiene un equipo de trabajo propio y recuerda el origen del proyecto con una mezcla de orgullo y sorpresa. Su camino tuvo tropiezos, inventos caseros y momentos que parecían inalcanzables.


Todo empezó cuando cursaba el último año de secundaria y la duda por su futuro lo dejaba inquieto. Miró alrededor y descubrió que un amigo hacía mesas plegables con palets usados. Aquella iniciativa lo dejó pensando. “Quiero que me ayude a armar una empresa”, dijo en la casa de ese compañero, frase que abrió una puerta inesperada para él y para su familia.
La idea definitiva nació de un incidente simple. A los 15 años rompió sus canilleras en un partido y no tenía cómo comprar otras. Buscó un balde, lo recortó, lo moldeó con un secador y armó un diseño casero. “Les decía a mis compañeros que las hacía un tío de Buenos Aires”, contó entre risas. Sin buscarlo, la solución improvisada se transformó en oportunidad.
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Ese impulso tenía raíces profundas. Desde chico arreglaba bicicletas con amigos, vendía películas en la calle hasta que entendió que no se podía, y juntaba chatarra en el taller de chapa de su madrina para sacar unos pesos. “Todo eso lo hacíamos para tener nuestros mangos”, recordó. La necesidad se convertía en ingenio y el ingenio, en pequeños negocios.

El primer método de producción tuvo ritmo barrial y mucho de aventura. Juntaban baldes en obras de construcción, siempre con la misma excusa. Machuca recordó que ya no querían verlos porque volvían todos los días. La producción servía para aprender, aunque era lenta, artesanal y sin base industrial. Esa limitación los obligó a repensar el camino.
La innovación apareció cuando empezaron a reciclar tapitas plásticas y armar puntos de recolección en clubes de barrio. “Por cada una que se venda obtenemos otra en clubes”, dijo, orgulloso del ida y vuelta con la comunidad. Esa red permitió aumentar la fabricación y sumar volumen sin perder identidad. La idea creció con una lógica solidaria que mantenía vivo el espíritu inicial.
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La visibilidad explotó cuando Machuca llegó a la zona mixta de un partido en Chile y buscó a Lionel Messi, sin saber si iba a poder entregarle un par. Fue un impulso más emocional que estratégico. La escena quedó grabada para siempre. “La reacción que tuvo, la sonrisa, cómo se las mostró a De Paul… sentimos que le encantaron”, relató.
El diseño elegido para esa ocasión lo hicieron Agustín y Michelle, dos rosarinos que sumaron talento y creatividad. La pieza llevaba imágenes de la infancia de Messi, guiños a la Copa del Mundo y a las Copas América. Era un homenaje al ídolo de su ciudad y, al mismo tiempo, una señal del crecimiento que el emprendimiento ya experimentaba.
Hoy Machuca mira ese recorrido y entiende que nada hubiera sido posible sin aquel primer balde recortado. Su historia se expandió con esfuerzo, intuición y una mezcla de audacia y convicción. El proyecto sigue en marcha, con nuevas ideas y la misma energía que lo acompañó desde el primer intento a los 15 años.
















