

La región vive un momento alarmante. Los episodios de calor extremo aumentan en frecuencia e intensidad y dejan un impacto directo sobre millones de personas. Un informe reciente detalla que la mortalidad relacionada con el calor se duplicó en apenas dos décadas, una señal que golpea a los sistemas sanitarios y muestra un clima que se vuelve más hostil año tras año.


La temperatura media sube en casi todos los países y empuja a poblaciones enteras a convivir con un estrés térmico permanente. El fenómeno deja consecuencias visibles tanto en grandes ciudades como en zonas rurales, donde los sistemas de alerta son limitados y la infraestructura para mitigar el impacto no alcanza.
El reporte calcula que unas 13 mil personas mueren cada año en América Latina por causas vinculadas al calor. La cifra ubica al problema dentro de las principales amenazas actuales para la salud pública. Las olas de calor dejan una huella que ya no aparece como un evento aislado, sino como parte de un nuevo patrón climático que modifica rutinas y expone fragilidades sociales.
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Los bebés y los adultos mayores son quienes más sufren los efectos. El informe señala que los menores de un año aumentaron más del 450 % su exposición a olas de calor, mientras que los mayores de 65 años superan el 1000 %. El dato confirma que la región se desliza hacia un escenario donde el calor extremo se vuelve permanente y afecta a quienes tienen menos capacidad de resistencia.
Las emergencias sanitarias se multiplican con velocidad. Los golpes de calor, la deshidratación, las fallas renales y las complicaciones cardiovasculares se vuelven cada vez más comunes. Los sistemas de salud no están preparados, y la falta de infraestructura, personal y estrategias preventivas empuja a muchos países a una situación límite.
El impacto económico también crece y se extiende a múltiples sectores. Las actividades al aire libre reducen su productividad y registran interrupciones constantes durante días de calor extremo. La agricultura y la construcción figuran entre las más afectadas, lo que golpea con fuerza a trabajadores que dependen del esfuerzo físico y que no cuentan con protección suficiente.
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La expansión de enfermedades transmitidas por vectores es otro indicador que preocupa. El mosquito Aedes aegypti aprovecha temperaturas más altas y estaciones cálidas prolongadas para extender su presencia y favorecer brotes de dengue más intensos. El calor altera ciclos biológicos y empuja a la región a lidiar con riesgos sanitarios cada vez mayores.
Las pérdidas económicas ya equivalen a decenas de miles de millones de dólares al año. La caída de la productividad, junto con los costos sanitarios y la mortalidad asociada al calor, tensiona economías que enfrentan desigualdades estructurales y eventos climáticos extremos que se acumulan sin pausa.
El análisis publicado en The Lancet advierte que la región avanza hacia un escenario crítico si no se actúa con rapidez. La falta de políticas públicas firmes, sostenibles y coordinadas deja a millones de personas expuestas a un clima que cambia más rápido de lo que los países pueden adaptarse.
Cada ola de calor expone los límites de la infraestructura, del sistema sanitario y de la capacidad de respuesta estatal. La ciencia muestra que este fenómeno dejará efectos duraderos en salud, economía y calidad de vida. América Latina enfrenta una transformación profunda, marcada por un calor que ya no es circunstancial, sino estructural.





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