

El universo de los hongos volvió a tomar protagonismo dentro de la biotecnología actual y abrió una línea de trabajo que cruza investigación científica, diseño y producción sustentable. En ese escenario, el micelio, la estructura que funciona como raíz de los hongos, se posiciona como un componente capaz de generar materiales con bajo impacto ambiental y múltiples usos industriales. La tendencia se expande en distintos países, donde gobiernos y empresas impulsan alternativas que reduzcan el daño producido por los residuos plásticos y permitan un manejo más equilibrado del entorno.


La preocupación global se sostiene sobre cifras que muestran el alcance del problema. A nivel mundial se generan 380 millones de toneladas de plástico por año, un volumen que no logra mitigarse con los materiales biodegradables disponibles, ya que representan apenas entre 0,7% y 0,15% de los envases fabricados, según la guía Los Plásticos en la economía circular. Organismos internacionales advierten que estas métricas explican por qué buscan materiales capaces de integrarse al suelo sin dejar rastros tóxicos. En ese marco surgen los llamados materiales regenerativos, impulsados en Europa y Estados Unidos.
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Entre las iniciativas que avanzan sobre estos enfoques aparece el proyecto de Denise Pañella, diseñadora industrial formada en la Universidad de Buenos Aires. Su propuesta busca reemplazar embalajes tradicionales mediante un material elaborado a partir del micelio, que puede volver a la tierra en 45 días. La idea surgió como respuesta a lo que define como una contradicción evidente dentro de la producción moderna: envases que permanecen durante décadas mientras el producto que contienen se utiliza en cuestión de semanas.
Pañella explicó que su trabajo integra estética, función y cuidado ambiental dentro de un mismo proceso creativo. En sus palabras, “cuando creamos un objeto, la función, la estética y el impacto ambiental se piensan como un mismo sistema, no como decisiones separadas”. Aseguró que el micelio obliga a un tipo de diseño que dialoga con el material y con su comportamiento natural. Sobre esa dinámica, afirmó que el material tiene “su propia lógica, su tiempo, su lenguaje”, y planteó que el diseño se adapta a esa estructura.
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El cultivo del micelio aplicado a envases utiliza residuos agrícolas reciclados, un insumo que proviene de productores locales y permite integrar la cadena productiva regional. Esa combinación se coloca en moldes bajo condiciones ambientales controladas, donde el hongo avanza sobre la mezcla hasta formar una matriz firme y completamente biodegradable. El proceso continúa con un secado que interrumpe el crecimiento y consolida las propiedades del material resultante, que se destaca por su bajo peso, su capacidad aislante y su resistencia al agua.
El carácter orgánico del proceso evita los efectos secundarios presentes en otros materiales que, aun cuando son biodegradables, dejan microplásticos o residuos que tardan años en integrarse al ambiente. De acuerdo con el equipo que trabaja en este proyecto, los objetos fabricados con micelio se reintegran al suelo entre 45 y 60 días, un período muy inferior al de los embalajes convencionales de un solo uso. La diseñadora acompañó este concepto al señalar que “venimos a resolver una contradicción de la era industrial: que un envoltorio descartable dure más que el objeto que protege”.
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Pañella considera que la tecnología basada en hongos todavía tiene mucho por explorar. En la parte final de su trabajo remarcó que “el micelio tiene un potencial enorme: estamos recién empezando a explorar todo lo que puede hacer”, y mencionó que el material podría aplicarse en sectores que van más allá del packaging. Laboratorios y empresas analizan sus posibilidades en arquitectura, diseño industrial, indumentaria y medicina, donde su comportamiento orgánico representa una ventaja para producir elementos reutilizables y no contaminantes.
En distintos países, especialmente en Europa y Estados Unidos, los programas de investigación y las políticas públicas orientan esfuerzos hacia materiales regenerativos que contribuyen a recomponer el suelo y reducir la huella ambiental. Los informes consultados por la agencia Noticias Argentinas indican que estas líneas de trabajo avanzan con el objetivo de promover opciones que no solo minimicen el impacto, sino que aporten nutrientes a los ecosistemas. La experiencia argentina se inserta en ese movimiento global y evidencia la capacidad de integrar innovación científica con diseño local.
Fuente: NA.







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