


El nombre de Andrea Bordenave volvió a recorrer el Riacho como una ola de memoria afectiva. La docente fue homenajeada por su labor fundacional en la escuela costera, en un acto organizado por la Asociación de Pescadores Artesanales que emocionó a toda la comunidad. “La escuela fue nuestra familia, nuestro refugio, nuestra contención”, resumió uno de los exalumnos en el aire de #LA17.
El tributo desató un vendaval de recuerdos. Andrea tenía solo 29 años cuando aceptó el desafío de crear una escuela desde cero. La convocatoria llegó de la mano de la supervisora Beatriz Meisen, con un pedido urgente: generar un proyecto pedagógico para niños que no accedían a la educación en la zona. El aula nació en un refugio de pescadores: una cocina con fogón y una sala sin pupitres, que pronto se llenó de tizas, pizarra y vida.
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El proyecto “Sol, arena, tizas y pizarra” funcionó durante 15 años, alojando a chicos de entre 3 y 10 años que no querían viajar hasta Pirámides. La comunidad respondió: padres pescadores, alumnos curiosos y una seño que enseñaba con lo que había. “Nos medía solo una piedra, la palabra y el juego”, recordó Andrea en la entrevista con #MODO17.
Muchos de sus exalumnos hablaron al aire. Juan Cruz, hoy trabajador en una empresa, dijo con la voz quebrada: “Nos marcó para siempre”. Anto y Vanessa coincidieron: “Andrea fue nuestra segunda madre”. Las anécdotas se sucedieron: cuentos de Hansel y Gretel, ajedrez bajo los álamos, una biblioteca que viajaba en mochilas. No había celular, pero sí ideas. No había recursos, pero sí compromiso.
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Andrea lideró concursos escolares para obtener una computadora, un motor, o un juego didáctico. Enseñaba también a limpiar, a ordenar y a vivir con dignidad. La jornada era doble, de 8 a 16, mientras las familias salían a pescar o a vender en las ferias. “Educábamos con lo que había, pero sobre todo con amor”, afirmó emocionada.
La homenajeada luego fue directora, supervisora y docente formadora en el Instituto 803, pero el Riacho sigue siendo su raíz. “La escuela era comunidad. El hijo del pescador es la antítesis del niño sumiso: era inquieto, libre y curioso”, definió con una sonrisa. La decisión de no asistir al acto no impidió que su legado se multiplicara en palabras, lágrimas y abrazos.
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Hoy, jubilada, sigue emocionándose con cada mensaje. Su historia, contada con respeto por sus alumnos y colegas, es testimonio de lo que puede una maestra con vocación, creatividad y una piedra en lugar de una regla. El Riacho, su escuela, fue eso: un faro de dignidad en la costa patagónica.


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