“Si el problema no es la barrera, ¿cómo se entiende que cruzando el río Colorado baje la carne?”

Actualidad02/05/2025Sergio BustosSergio Bustos
ariel rivero
Ariel Rivero, LLA.

Ariel Rivero pateó el tablero en medio del debate por la flexibilización de la barrera sanitaria. Con una pregunta punzante y directa, el dirigente libertario de Río Negro puso el foco en un tema que afecta a miles de familias del sur argentino. “Si el problema no es la barrera, ¿cómo se entiende que cruzando el río Colorado se abaraten tanto los costos?”, lanzó.

La reflexión surge tras semanas de discusión por la medida impulsada por SENASA. El organismo había dispuesto flexibilizar la barrera que limita el ingreso de carne con hueso desde el norte del país. Luego de los reclamos, el Gobierno suspendió la resolución por 90 días.

Durante ese lapso, se escucharon voces de todo tipo. Funcionarios nacionales, legisladores patagónicos, empresarios del rubro cárnico y algunos productores dieron su opinión. Rivero escuchó todos los argumentos, pero advirtió una ausencia. “Nadie habló del consumidor”, sentenció.

El referente de Primero Río Negro sostuvo que nadie explicó por qué en la Patagonia el kilo de carne se paga casi el doble. Recordó que esto ocurre desde hace años. “Decir que también la carne sin hueso es cara no es una respuesta sólida”, aclaró.

Según Rivero, el debate necesita sentido común. Planteó que si la barrera no es el problema, entonces alguien debería explicar cómo se forman los precios. La comparación con los valores del norte del país expone la desproporción.


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Uno de los puntos que más llamó la atención fue el descenso repentino en algunos cortes de carne. Rivero remarcó que esto sucedió en coincidencia con la discusión. “Por primera vez en muchos años, comenzaron a bajar”, observó.

Para el dirigente, ese movimiento no fue casual. Aseguró que los precios bajaron por miedo a la apertura del mercado. La competencia externa incomodó a quienes manejan el negocio local. “No quieren perder consumidores cautivos”, señaló.

Rivero se refirió a la estructura de comercialización actual. Dijo que quienes tienen el control, priorizan exportar los mejores cortes. Los envían al exterior, donde cobran en moneda extranjera. El resto queda para el mercado interno.

La crítica se enfocó en esa lógica. No cuestionó el derecho de exportar. Reconoció que cada empresa puede definir su estrategia comercial. Pero advirtió que no está bien cobrarle al patagónico carne de descarte a precio de primer nivel.

El dirigente libertario comparó los precios locales con los internacionales. Denunció que en algunos casos el valor en góndola es similar al de París. “Nos venden el kilo como si estuviéramos en Francia”, ironizó.

La afirmación expone una tensión estructural. La Patagonia sostiene un estatus sanitario que le permite exportar. Pero, al mismo tiempo, sufre un mercado interno distorsionado. Rivero pide revisar esa ecuación.

Cuestionó la falta de transparencia. Exigió que frigoríficos, intermediarios y comerciantes expliquen sus costos. Pidió claridad en la formación de precios. “Que sean honestos con quienes les compran todos los días”, reclamó.


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También apuntó contra los silencios estratégicos. Dijo que algunos actores del sector sólo hablan cuando sienten riesgo. La entrada de carne brasileña a bajo precio generó un sacudón. “Ahí empezaron a bajar, no antes”, aseguró.

Para Rivero, ese comportamiento refleja abuso de posición dominante. Afirmó que existe un monopolio disfrazado de protección sanitaria. Los consumidores quedan atrapados entre la retórica política y los intereses empresariales. “Somos rehenes del precio del asado”, disparó.

Insistió en que la barrera debe debatirse de manera integral. No se puede hablar sólo del estatus exportador. Hay que mirar lo que pasa en las carnicerías del sur. “Es hora de poner en el centro a la gente”, pidió.

La carne es parte de la cultura argentina. También es parte del costo de vida. Rivero advirtió que en la Patagonia el asado se volvió un lujo. “No puede ser que el precio lo definan cuatro vivos”, denunció.

Planteó que si el problema no es la barrera, el sector debe sincerar sus márgenes. Si la carne sube por otros motivos, hay que explicarlo. Si baja por presión externa, hay que asumirlo. “No pueden mentirnos más”, reclamó.

El dirigente pidió que se abra un canal de diálogo. Propuso mesas multisectoriales con presencia de consumidores. Dijo que ya no alcanza con las cámaras empresarias. “Los vecinos tienen derecho a saber qué comen y cuánto pagan”, sostuvo.


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El contexto nacional tensa aún más el tema. La inflación y la caída del consumo generan un escenario delicado. En la Patagonia, la situación se agrava por los sobreprecios históricos. Rivero considera que ya no se puede mirar para otro lado.

La postura libertaria desafía al discurso tradicional del sur. Cuestiona una barrera defendida por casi todos los gobernadores patagónicos. Pero pone en agenda un reclamo real. “No podemos callar más frente a un mercado cerrado”, afirmó.

Rivero se diferenció con claridad. No pide eliminar la barrera sin análisis. Pide una revisión honesta. Exige que se escuche a quienes pagan. “No soy técnico, pero tengo sentido común”, dijo.

La discusión seguirá abierta durante los próximos meses. El Gobierno nacional deberá decidir qué hacer con la medida suspendida. Mientras tanto, los precios seguirán bajo la lupa. Rivero promete seguir hablando del tema.

El dirigente no descartó presentar un proyecto legislativo. Buscará plantear el problema en el Congreso. Dijo que no puede quedarse solo en una opinión mediática. “Vamos a llevar esta pelea adonde haga falta”, anunció.

Los consumidores de la Patagonia esperan respuestas. También esperan gestos. Rivero los representa desde una mirada disruptiva. La carne ya no es sólo un alimento. Es símbolo de desigualdad.

El reclamo se repite en ferias, mercados y redes sociales. La gente compara precios y se indigna. La barrera, antes incuestionable, ahora genera sospechas. Rivero recogió ese malestar y lo convirtió en bandera.

El asado se volvió el centro de una disputa nacional. El kilo que se sirve en cada casa dice más que mil discursos. En la Patagonia, vale el doble. Y eso ya no se oculta.

   

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