

Las rutas del mundo esconden historias que duelen. La muerte reciente del futbolista portugués Diogo Jota volvió a encender una alarma que nunca se apaga del todo. Los accidentes de tránsito siguen cobrando vidas, incluso entre figuras que parecían intocables.

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James Dean fue uno de los primeros en marcar el camino trágico. Murió en 1955 a los 24 años, al chocar su Porsche Spyder. La imagen del rebelde sin causa quedó inmortalizada en el recuerdo colectivo.
La historia se repite, nombres distintos, finales parecidos. En España, Nino Bravo murió con solo 28 años tras un despiste fatal. En Mónaco, Grace Kelly no sobrevivió a un accidente que aún hoy genera teorías.
Julio Sosa, ídolo del tango, perdió la vida en Buenos Aires. En 1964, su auto impactó contra un semáforo en Figueroa Alcorta. “Otro vehículo lo rozó antes”, dijo su viuda. Nunca se confirmó.
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Carlos Monzón encontró la muerte en una salida transitoria. El exboxeador volcó en una ruta santafesina. “Buscaba una emisora de radio”, contó su cuñada, que sobrevivió.
Gilda dejó un vacío en la música popular. En 1996, un choque frontal en Entre Ríos cortó su vida, la de su hija, su madre y varios músicos. Una tragedia que marcó a generaciones.
Lady Di también murió escapando del acoso mediático. Su auto se estrelló en París. Solo el guardaespaldas vivió para contarlo.
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Rodrigo Bueno murió al volcar su camioneta. Fue en el año 2000, en plena consagración. Su muerte sigue envuelta en rumores y teorías.
Pappo falleció en moto. Paul Walker, en un auto de lujo. El Carpo se despistó en Luján. El actor de “Rápido y Furioso” murió calcinado en California. Ambos dejaron homenajes multitudinarios.
El volante no perdona. No importa la fama, la fortuna o el talento. En la ruta, todos somos vulnerables.
Fuente: Newsweek









