
“Yo soy Gachi, mamá, abuela, activista y hace más de quince años que tengo VIH”, así se presenta sin rodeos Graciela “Gachi” Awad, referente de la Comunidad Internacional de Mujeres Viviendo con VIH/Sida (ICW), quien reside en Puerto Madryn desde 1980 y lleva una lucha constante por la visibilidad y la dignidad de quienes conviven con el virus. “Cuando dije públicamente que tenía VIH, sentí que me liberaba de un montón de cuestiones culposas que te pone la sociedad”, explicó.



La visibilidad de las mujeres con VIH sigue siendo una deuda en Argentina. Gachi remarcó que hay más de 50.000 mujeres viviendo con el virus, pero son pocas las que se animan a poner el cuerpo. “Estamos siempre cuidando a los demás y a nosotras quién nos cuida”, lanzó. Las dificultades para visibilizar la situación se agravan cuando hay responsabilidades familiares, falta de acceso o violencia de género.
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El estigma atraviesa todos los espacios, incluso los más íntimos. Desde el trabajo hasta la familia, desde la consulta médica hasta la vida amorosa. “Entrás a un lugar y guardan el mate. Llevás comida a una reunión y nadie la toca. Son microviolencias que duelen”, contó. Ese rechazo empuja a muchas personas a esconder su diagnóstico, alterar etiquetas de medicamentos y vivir en un silencio que afecta su salud mental y física.
Awad advierte sobre las consecuencias de la desinformación y la falta de campañas públicas. Criticó la escasez de preservativos y el aumento de infecciones de transmisión sexual en jóvenes. “De lo que no hablamos, no existe. Y si no hablamos de sexo, mucho menos de VIH”, apuntó. En otros países, contó, existen máquinas con autotest gratuitos; en Argentina, apenas algunas provincias los ofrecen.

La ley nacional reconoce el derecho a una pensión para personas con VIH, pero muchas no accedieron por falta de difusión o miedo. “Estamos contactando a las personas en toda la provincia para que no pierdan ese ingreso”, explicó. Aseguró que organizaciones como ICW y el Consejo Provincial de Respuesta Integral al VIH cumplen una función fundamental, no sólo en lo legal, sino en el acompañamiento cotidiano.
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Gachi también pone el foco en la salud integral de las personas mayores con VIH. Advierte sobre los efectos a largo plazo de la medicación antigua y las dificultades nuevas que plantea cumplir 60 años con un diagnóstico que antes parecía terminal. “Antes nos usaban como conejillos de indias, ahora se preguntan qué hacer con la gente que sobrevivió”, relató.

Frente al estigma, propone herramientas concretas: educación sexual integral, acceso garantizado a preservativos y test, campañas públicas y capacitaciones a profesionales de salud. También llama a que se reconozca a las personas activistas, visibles o no, que sostienen las redes de contención. “Nosotras le ponemos rostro a los números”, aseguró.
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“El VIH me dio cosas buenísimas”, reconoció Gachi. Viajes, encuentros, aprendizajes, reconocimiento. Pero también hubo pérdidas: afectos que se alejaron, violencias cotidianas, miradas esquivas. “Me sacó cosas de lo afectivo y de lo cotidiano, pero gané libertad. Si lo pongo en la balanza, me dio mucho más de lo que me quitó”, cerró.













