Aniversario #LA17 | El dolor y el amor de una madre, al perder a su hijo y donar sus órganos
27/07/2025
REDACCIÓN
Beatriz Méndez tiene 87 años y una lucidez conmovedora. Su casa en Puerto Madryn guarda historias, recuerdos y silencios que conmueven. Llegó a la ciudad en el año 2000, desde Buenos Aires, con un extenso recorrido en psicología social y una vida marcada por la militancia, la educación y el amor por los otros. “Me preocupa mucho lo que le pasa al otro”, dice con serenidad. La entrevista con #LA17, en el marco del aniversario 62 de la radio, deja entrever la profundidad de una mujer que sembró comunidad y dejó huella.


Una parte central de su vida se vincula con la creación de la escuela de psicología social en Madryn. Betty se distanció de un proyecto inicial que no cumplía con los principios éticos de su disciplina, y junto a estudiantes comprometidos fundó un espacio con respaldo de la escuela de Glaciares. “Ellos vieron que yo traía un bagaje de 30 años, venía de la escuela de Pichon Rivière”, recuerda. Desde entonces, formó a más de un centenar de alumnos, a quienes acompañó desde una mirada humanista, cercana y crítica.
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Pero la historia que compartió va más allá de la docencia. En la entrevista, relata con enorme sensibilidad la pérdida de su hijo Alejandro, fallecido tras una dura enfermedad. Lo acompañó hasta el último instante en el hospital de Madryn. “Yo le canté las canciones de cuna como cuando era bebé. Le decía que duerma, que yo estaba ahí”, recuerda con la voz temblorosa. En ese momento sagrado, se acercó una médica para hablar de la posibilidad de donar órganos. “Le dije: ‘nosotros somos donantes’. Y las dos nos abrazamos. Lo necesitábamos”, cuenta.
La ablación de córneas se realizó con enorme respeto. La médica se acercó, habló con Alejandro como si aún pudiera oírla y se lo llevaron con ternura. “Yo sentí alegría. Dije: ‘entonces mi hijo va a seguir mirando el mundo’”, afirma Betty, con una mezcla de tristeza y luz. Meses después, supo que el trasplante había sido un éxito. Nunca quiso saber quién recibió las córneas. “Prefiero no saber. Me basta con saber que está mirando”, explica.
El vínculo con el hospital fue profundo y sanador. Rescata el trato humano de médicos, enfermeros y personal. “Nos dejaron acompañarlo hasta el último momento. Nos armaron una habitación para quedarnos con él. Ese calor humano no se paga”, sostiene. La experiencia dejó marcas, pero también movilizó a otros. “Sé que mi actitud movilizó a mucha gente. Eso agradezco al universo”, expresa, con la templanza de quien sabe lo que dice.
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En ese proceso también emerge la psicología social como herramienta vital. Betty recuerda que se formó en esa disciplina cuando enviudó. “La psicología social me ayudó a crecer, a analizar, a comprender cada cosa. Es una forma de vida”, afirma. La define como sabiduría activa, una forma de interpretar el mundo sin perder sensibilidad. “No hay que actuar por impulso. Hay que ubicarse, entender. Esa es la sabiduría que te da la experiencia”, resume.
La entrevista recorre también momentos íntimos y espirituales. Relata su viaje a Israel, sus sensaciones ante la tumba de Jesús, y una fotografía que captó una figura que ella describe como una señal. “Estoy atenta a las señales. Me pasan cosas porque las miro”, dice. Cree en la cultura del trabajo, en la responsabilidad afectiva y en la memoria como puente entre generaciones. “Yo no abandono. Estoy atenta a todo lo que puedo. Es parte de mi vida”, asegura.
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Cuando se refiere a la donación de órganos, su convicción es rotunda. No hay dudas en su testimonio, solo certeza: “La donación es el mayor acto de amor que uno puede hacer”, afirma. Y lo dice con alegría, con contradicción, con tristeza infinita y con la paz de haber hecho lo correcto. “Si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría”, repite con firmeza. Sus palabras iluminan una zona de la vida que suele quedar envuelta en dolor.

Beatriz cierra la charla con una reflexión que conmueve. Imagina que los ojos de su hijo miran el mundo, que observan lugares nuevos, que quizás por fin vean aquello que él no pudo ver en vida. “Ojalá lo quieran, ojalá lo miren con amor, para que él también pueda mirar con amor”, desea. En cada frase hay una enseñanza, y en cada silencio, una invitación a escuchar. Su historia no solo honra a Alejandro: también honra a la vida.












