

En la Argentina, el pistacho se volvió un producto de lujo. En dietéticas y supermercados se paga cifras que sorprenden hasta al consumidor más habituado a los precios altos.


El kilo de pistacho con cáscara, tostado y salado ronda entre $32.000 y $55.000. Pero si se busca pelado, el valor arranca en $70.000 y supera los $120.000. La comparación con otros frutos secos deja a la vista la brecha: nueces a $30.000 y almendras a $25.000.
OTRAS NOTICIAS:
San Juan y Mendoza concentran la producción nacional. Allí lo llaman “oro verde” porque más del 80% de lo cosechado se exporta. Esa salida al exterior reduce la oferta local y hace que los precios internos se muevan al ritmo del dólar.
El pistacho que se compra en Buenos Aires compite en valor con el que viaja a Europa, Brasil o Medio Oriente. La góndola local refleja los precios de exportación.

A esa dinámica se suman los costos internos. Desde el campo hasta el estante, el fruto acumula gastos que lo encarecen todavía más. Procesamiento, transporte, impuestos y márgenes de intermediarios terminan de inflar el precio final.
OTRAS NOTICIAS:
El pelado es la etapa más cara del proceso industrial. Cada paso suma valor, pero también multiplica la brecha con el bolsillo argentino.
La carga impositiva también pesa fuerte. En cada eslabón de la cadena, el pistacho paga tributos que se trasladan al consumidor.
OTRAS NOTICIAS:
Los productores explican que la inversión inicial es alta: el árbol tarda años en dar frutos y requiere tecnología y clima preciso. Esa combinación hace que el pistacho argentino sea competitivo afuera, pero casi inaccesible adentro.
En las góndolas, el pistacho se transformó en un lujo más cercano a la exportación que al consumo cotidiano. Para muchos, es un gusto reservado a ocasiones especiales.


















