MURIÓ “EL TURCO JULIÁN”, EL REPRESOR QUE TORTURABA CON SÍMBOLOS NAZIS
Julio Simón falleció en la cárcel de Campo de Mayo. Fue uno de los torturadores más crueles del centro clandestino El Olimpo. Sobrevivientes lo recordaron por su odio antisemita y su brazalete con la bandera nazi.
Julio Simón, alias “El Turco Julián”, murió a los 84 años mientras cumplía condena por crímenes de lesa humanidad. Fue uno de los represores más temidos durante la última dictadura militar en Argentina. Su nombre quedó asociado a El Olimpo, uno de los centros clandestinos más brutales del país.
Simón operó entre 1976 y 1983 en distintos grupos de tareas. Participó en secuestros, torturas y desapariciones. Actuó con un nivel de crueldad particular. Sus víctimas lo recordaron por su violencia física y su odio antisemita. “Llevaba una bandera nazi como brazalete”, relató el director Jorge Taglioni, secuestrado en 1978 junto a su esposa embarazada.
Las descripciones se repiten en múltiples testimonios. Simón mostraba símbolos nazis. Prefería torturar a detenidos judíos. Lo hacía con especial ensañamiento. Varios sobrevivientes lo señalaron como uno de los peores. No solo pegaba. Humillaba. Disfrutaba del dolor ajeno.
Murió preso, con condena firme y sin haber colaborado jamás con la justicia. Estaba alojado en la Unidad N°34 del Servicio Penitenciario Federal en Campo de Mayo. Nunca pidió perdón. Nunca aportó datos sobre los desaparecidos ni sobre los hijos apropiados.
OTRAS NOTICIAS
Durante la dictadura integró estructuras represivas que dependían de la Junta Militar. Los jefes eran Videla, Massera y Agosti. Él cumplía órdenes, pero también se destacaba por su iniciativa. No se limitaba a ejecutar. Buscaba dañar.
Con el regreso de la democracia en 1983, Simón escapó a Brasil. Vivió allí por años. Trabajó como guardaespaldas y vigilador privado. No fue extraditado. La justicia argentina no podía juzgarlo por las leyes de impunidad sancionadas por el Congreso.
Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida cerraron los juicios. La impunidad duró casi dos décadas. Pero en 2003 el Congreso anuló esas normas. La Corte Suprema declaró su inconstitucionalidad. Así comenzaron a reactivarse las causas por delitos de lesa humanidad.
OTRAS NOTICIAS
Julio Simón fue uno de los primeros represores condenados tras esa reapertura. En 2006, el Tribunal Oral Federal N°5 lo sentenció a 25 años de prisión. Fue por el secuestro y las torturas a José Poblete y Gertrudis Hlaczik, además de la apropiación de su hija de ocho meses.
Esa causa marcó un punto de inflexión. Simón se convirtió en uno de los íconos del terror estatal. Era un represor con rostro. Con nombre. Con historia. Y con testimonios que lo hundían.
Su última condena llegó por la causa conocida como ‘Batallón 601’. Recibió 23 años de cárcel. Los cargos fueron secuestros, torturas y desapariciones cometidas entre 1979 y 1980. Las víctimas eran opositores, militantes, estudiantes. Gente que terminó en fosas o sin rastro.
Durante los juicios, Simón negó todo. Nunca mostró arrepentimiento. Nunca aportó información. Siguió defendiendo su rol. Nunca se quebró. Murió fiel a su odio.
OTRAS NOTICIAS
Los organismos de derechos humanos repudiaron siempre su figura. Lo nombraron como símbolo del horror. También como ejemplo de la necesidad de memoria, verdad y justicia. Su nombre aparece en los informes del CELS, Abuelas, Madres y HIJOS.
El Olimpo, donde operó con frecuencia, fue uno de los centros más temidos de la dictadura. Estaba ubicado en el barrio de Floresta. Funcionaba en una vieja estación de subte. Por allí pasaron más de 700 personas. Muchas siguen desaparecidas.
El relato de Jorge Taglioni fue uno de los más duros. Detalló las sesiones de tortura. Las burlas. El brazalete con la esvástica. El ensañamiento con su pareja embarazada. “Simón parecía disfrutar el sufrimiento ajeno. No mostraba emociones. Solo odio”, dijo en una audiencia pública.
Otras víctimas confirmaron el uso de simbología nazi. No fue un hecho aislado. Simón representaba un tipo particular de represor. Uno que mezclaba el terrorismo de Estado con el fanatismo ideológico. Muchos lo consideraron un psicópata con uniforme.
OTRAS NOTICIAS
La muerte de Simón no cambia nada para las víctimas. Pero cierra un ciclo. El de un hombre que sembró dolor y que murió sin redención. Ni olvido, ni perdón. Murió preso. Condenado. Marcado por la historia.
La justicia argentina avanzó en más de mil condenas por delitos de lesa humanidad. Pero aún hay causas pendientes. Aún hay cómplices sueltos. Aún hay hijos apropiados que no conocen su verdadera identidad.
Simón ya no está. Pero su nombre quedó en los libros. En los juicios. En las marchas. En las banderas con los rostros de los desaparecidos. La sociedad no lo olvidó. No lo va a olvidar.