
Día mundial de la donación de órganos: el inmenso amor de una madre que transformó el dolor
Enfoques06/10/2025
REDACCIÓN
Betty Méndez, de 87 años, posee una lucidez que conmueve. Su hogar en Puerto Madryn atesora anécdotas, recuerdos y silencios cargados de emoción. Arribó a la ciudad en el año 2000 desde Buenos Aires, con una extensa trayectoria en psicología social y una vida marcada por la actividad comunitaria, la enseñanza y un profundo afecto por los demás. “Me preocupa mucho lo que le pasa al otro”, comenta con total serenidad.


Una porción fundamental de su recorrido en Madryn se vincula con la formación de la escuela de psicología social. Betty se alejó de un proyecto inicial que no respetaba los principios éticos de su disciplina. Junto a estudiantes comprometidos, fundó un nuevo espacio. “Ellos vieron que yo traía un bagaje de 30 años, venía de la escuela de Pichon Rivière”, rememora.
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Desde entonces, formó a más de un centenar de alumnos. Los guio desde una perspectiva humanista, próxima y crítica. Sin embargo, el testimonio que compartió con este medio trasciende lo puramente académico. La entrevista revela la hondura de una mujer que dejó una huella en la comunidad.
La entrevista relata con enorme sensibilidad la pérdida de su hijo Alejandro, quien falleció luego de una difícil enfermedad. Betty lo acompañó hasta el último momento en el hospital de Madryn. “Yo le canté las canciones de cuna como cuando era bebé. Le decía que duerma, que yo estaba ahí”, evoca.
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En ese instante sagrado, una médica se acercó para plantear la posibilidad de la donación de órganos. “Le dije: ‘nosotros somos donantes’. Y las dos nos abrazamos. Lo necesitábamos”, cuenta. La ablación de córneas se llevó a cabo con máximo respeto y ternura. La médica conversó con Alejandro como si él pudiera escucharla antes de retirarlo.
“Yo sentí alegría”, afirma Betty, con una mezcla de pena y luminosidad. “Dije: ‘entonces mi hijo va a seguir mirando el mundo’”. Meses después, supo que el trasplante resultó exitoso. Nunca quiso saber quién recibió las córneas. “Prefiero no saber. Me basta con saber que está mirando”, explica con simpleza.
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El trato humano de médicos, enfermeros y personal del hospital resultó sanador en ese duro proceso. “Nos dejaron acompañarlo hasta el último momento. Nos armaron una habitación para quedarnos con él. Ese calor humano no se paga”, sostiene. La vivencia, si bien dolorosa, movilizó a otros. “Sé que mi actitud movilizó a mucha gente. Eso agradezco al universo”, expresa.
En ese proceso también aparece la psicología social como una herramienta vital. Betty recuerda que se formó en esa disciplina tras enviudar. “La psicología social me ayudó a crecer, a analizar, a comprender cada cosa. Es una forma de vida”, asegura. La define como sabiduría activa, un modo de interpretar el mundo sin perder sensibilidad. “No hay que actuar por impulso. Hay que ubicarse, entender. Esa es la sabiduría que te da la experiencia”, sintetiza.
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Cuando se refiere a la donación, su convicción se manifiesta rotunda. No hay dudas en su testimonio, solo certidumbre: “La donación es el mayor acto de amor que uno puede hacer”, afirma. Lo dice con alegría, con contradicción, con tristeza infinita y con la paz de haber actuado correctamente. “Si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría”, repite con firmeza. Su historia honra no solo a su hijo Alejandro: también honra a la vida misma.


















