

El vino argentino entra en una zona roja: vende menos afuera y cobra menos por lo que exporta. Los datos provisorios a noviembre de 2025 del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) muestran una caída del 7,1% en volumen exportado y del 8,1% en el valor FOB total, que suma USD 604,7 millones.


La foto se completa con tres presiones que se apilan: competencia global más dura, consumo interno en retroceso y una macro local que deja a las bodegas con poco aire. El tipo de cambio real queda quieto mientras los costos suben, y el margen se achica hasta doler.
En las bodegas la cuenta resulta simple. El dólar oficial avanza a ritmo controlado, pero los costos en pesos corren más rápido: salarios, logística, insumos y servicios. Con inflación mensual alrededor del 2%, la ecuación exportadora pierde fuerza y el precio final queda menos competitivo.
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Ese freno se nota también en el precio promedio ponderado, que apenas baja de 3,46 a 3,42 dólares por litro (cerca del -1%). Las bodegas ya no logran ajustar costos al ritmo necesario para salir a pelear precios en el exterior.
El otro dato que pesa como ancla es el stock. Las proyecciones a diciembre de 2025 ubican las existencias en 17,9 meses de salidas, el nivel más alto de la última década. Con tanta mercadería en bodega, el mercado interno absorbe más presión y aparecen bajas de precios que recortan caja.
En el detalle por tipo de producto, el golpe llega parejo: los vinos fraccionados caen -5,7% en volumen, el granel profundiza la baja con -11,7%, y el vino tinto acumula un retroceso de -8,7%. El tinto, motor histórico de la exportación, queda en el centro de la preocupación.
Aun así, algunos nichos asoman como señal. El vino blanco crece 1,4% en volumen y los espumosos suben 9,8%. La demanda global cambia el gusto y empuja a muchos productores a revisar el mix.
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También aparecen formatos que sorprenden. En noviembre, el Tetra Brik registra un salto del 108,2% en volumen, con 2.358 hectolitros. El consumidor global busca precio, practicidad o un producto de ocasión, y algunas bodegas prueban caminos nuevos.
Con este escenario, muchas estrategias se reordenan hacia el valor: menos volumen, más identidad, más segmentación y mercados específicos. Corea del Sur, Sudeste Asiático y Brasil aparecen como plazas donde el vino argentino puede crecer si ofrece estilos y variedades alineadas con la demanda.
En paralelo, los productores patagónicos sostienen una pelea legal larga para proteger el nombre “Patagonia” como signo de origen y reputación. En un mercado que paga mejor lo auténtico, el origen ya no funciona como adorno: funciona como herramienta comercial.



















