

Murió el Papa Francisco, el argentino que cambió la historia de la iglesia
Actualidad21/04/2025

Murió el papa Francisco. El líder de la Iglesia católica falleció este lunes a las 7:35 hora de Roma. La noticia fue confirmada oficialmente por el Vaticano a través de un comunicado leído por el cardenal Kevin Farrell. “Esta mañana, a las 7:35, el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre”, pronunció con voz firme. La muerte de Jorge Mario Bergoglio cierra una etapa histórica para el catolicismo y para el pueblo argentino, que lo vio nacer y lo siguió durante todo su camino pastoral.
Tenía 88 años y un legado universal. La noticia conmovió al mundo entero apenas un día después de su última aparición pública en la Plaza de San Pedro. En un gesto de enorme fortaleza espiritual, Francisco saludó a los fieles desde el balcón de la basílica, donde ofreció la bendición “Urbi et Orbi” en la misa de Pascua. Sus palabras finales llamaron a la tolerancia, la libertad de pensamiento y la paz. Fue un cierre simbólico y emotivo de su pontificado.
Había estado internado casi cuarenta días. En marzo recibió el alta tras una neumonía grave que lo tuvo en estado crítico. A pesar del agotamiento físico, insistió en participar de la misa del domingo. Su cuerpo ya no respondía como antes, pero su mensaje seguía encendido. El pueblo que lo admiraba, que se había congregado para verlo por última vez, lo ovacionó sin reservas.
Jorge Bergoglio nació en Buenos Aires en 1936. Hijo de inmigrantes italianos, creció en una familia humilde y católica. Su abuela Rosa fue clave en su formación espiritual. Ingresó al seminario jesuita a los 21 años, fue ordenado sacerdote en 1969 y ejerció distintos cargos académicos y pastorales antes de alcanzar la jerarquía. Su historia estaba tejida con hilos de fe, austeridad, formación rigurosa y compromiso con los más débiles.
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En los años 90 fue marginado dentro de la Iglesia. Lo enviaron a Córdoba como confesor en una especie de exilio. Aquella etapa de silencio e introspección duró hasta que el cardenal Antonio Quarracino lo llamó para ser su auxiliar en Buenos Aires. Fue entonces cuando su camino cambió. La Iglesia argentina descubría a un pastor de mirada aguda y sensibilidad popular. En 1998, tras la muerte de Quarracino, Bergoglio se convirtió en arzobispo.
Desde la capital marcó un rumbo pastoral nuevo. Caminó por las villas, habló sin filtros sobre la pobreza, la exclusión y la injusticia. Su voz creció como referencia entre los más necesitados y también entre sus colegas del clero. Fue nombrado cardenal por Juan Pablo II y, con el tiempo, se volvió una figura clave en los sínodos y encuentros internacionales.
Su fama trascendió fronteras en Aparecida 2007. Allí redactó el documento final de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos, bajo la mirada del papa Benedicto XVI. Aquel texto fue considerado por él mismo como el punto de partida de su futura gestión como pontífice. Una hoja de ruta para una Iglesia más cercana, humilde y comprometida.
Su elección como Papa sorprendió al mundo. El 13 de marzo de 2013, el Vaticano anunció al nuevo pontífice. “Viene del fin del mundo”, dijo el cardenal protodiácono. Jorge Bergoglio se convirtió en el primer papa latinoamericano, el primer jesuita y el primero en elegir el nombre Francisco. Su presencia cambió las formas, el lenguaje y los gestos del poder eclesial.
Eligió presentarse como obispo de Roma. Rechazó privilegios, vivió en una residencia común, pidió a los curas que no fueran “príncipes” sino servidores. Rompió protocolos, lavó los pies de reclusos, habló con periodistas sin libreto, se comunicó por teléfono con fieles. Su estilo fue directo, humano, incómodo para las estructuras más rígidas.
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En Argentina fue blanco de tensiones políticas. Mantuvo una relación difícil con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Su prédica sobre el aumento de la pobreza, el exhibicionismo de los líderes y el odio social lo enfrentó con sectores del poder. Sin embargo, mantuvo su postura crítica y pastoral hasta el final.
En 2001 jugó un rol clave en la crisis. La Iglesia, con Bergoglio al frente en Buenos Aires, participó de la Mesa del Diálogo Argentino. Convocó a políticos, sindicatos, empresarios y organizaciones para buscar salidas conjuntas a la emergencia. Fue un intento genuino de reconciliación nacional.
Su figura fue ensuciada por denuncias infundadas. En 2005 lo acusaron de complicidad con la dictadura. La justicia lo interrogó por la desaparición de dos sacerdotes jesuitas. Su testimonio fue claro. Los cargos nunca prosperaron, pero dejaron cicatrices. Su serenidad frente a esos ataques fortaleció aún más su figura.
En Roma su liderazgo fue global. Luchó contra el clericalismo, denunció el abuso sexual, promovió una Iglesia más transparente. Habló del cambio climático, de la inmigración, de la cultura del descarte. Convocó a líderes mundiales, impulsó encíclicas de enorme impacto social. Su figura trascendió lo religioso.
Fue reconocido como un referente ético. Presidentes, científicos, artistas, académicos buscaron su palabra. El mundo valoró su visión integral, su defensa de la dignidad humana, su compromiso con los descartados. El papa argentino se convirtió en un símbolo de valores universales.
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El Vaticano volvió a ser oído. Gracias a su tono firme, pero empático. No buscó agradar, sino transformar. No se dejó encerrar en ideologías. Propuso una Iglesia en salida, que camina entre los pobres, que escucha antes de condenar, que abraza antes de señalar.
Su magisterio dejó documentos clave. “Laudato Si’”, sobre el cuidado de la casa común, y “Fratelli Tutti”, sobre la fraternidad humana, son referencias inevitables para pensar el mundo que viene. Su legado es teológico, pero también político y cultural.
Nunca negó sus orígenes. Mantuvo vínculos con Argentina, con su gente, con sus amigos. Recordó su barrio, su abuela, su infancia. Habló en porteño. Citó a poetas, a músicos, a cartoneros. Su argentinidad fue entrañable, no folclórica.
Fue un Papa incómodo para muchos. Internamente, reformó la Curia, enfrentó resistencias, pidió coherencia. Externamente, fue blanco de grupos ultraconservadores. Soportó campañas en su contra con paciencia evangélica. Nunca bajó su mensaje.
Su edad no frenó su voluntad. A pesar de los problemas de salud, siguió trabajando. Redujo viajes, pero no su actividad pastoral. Continuó escribiendo, reflexionando, recibiendo a personas de todo el mundo.
El mundo lo despidió con gratitud. Gobiernos, credos, instituciones y ciudadanos reconocieron su impacto. Francisco fue más que un líder religioso. Fue una brújula moral en un tiempo de incertidumbre.
En Argentina se multiplican los homenajes. Desde iglesias hasta plazas, desde barrios hasta universidades. El país lo despide con tristeza, pero también con orgullo. Jorge Bergoglio ya es parte indeleble de la historia nacional.
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Ningún argentino tuvo tanto impacto global. Su liderazgo fue espiritual, pero también político y cultural. Traspasó fronteras, cuestionó estructuras, defendió principios. Vivió con sencillez y murió con dignidad.
Ahora comienza otra etapa para la Iglesia. El cónclave deberá elegir a su sucesor. El desafío será sostener su legado sin clonar su figura. Francisco fue único.
La memoria de Francisco no se apagará. Sus palabras, sus gestos, su ejemplo vivirán. Su imagen permanecerá en los corazones de millones. Fue el Papa que nadie esperaba, pero que el mundo necesitaba.
Argentina le dio un Papa al mundo. Y el mundo lo recibió con admiración. Su paso por la historia será cada vez más valorado. El futuro hablará de él como uno de los grandes.
Francisco murió. Pero su luz sigue encendida.







