

Un grupo de científicos descubrió tejido blando con señales de cáncer en un dinosaurio fosilizado, lo que podría abrir una nueva vía para investigar el origen y el comportamiento de esta enfermedad que afecta a millones de personas en todo el mundo.

El hallazgo fue posible gracias a un estudio liderado por Justin Stebbing y su equipo, que analizó restos del Telmatosaurus transsylvanicus, un dinosaurio herbívoro del Cretácico Superior, del tamaño de una vaca, que vivió hace entre 66 y 70 millones de años.
La investigación reveló la presencia de un tumor en la mandíbula del dinosaurio, específicamente un ameloblastoma, un tipo de tumor benigno que también se detecta hoy en día en seres humanos, lo que sugiere una conexión evolutiva profunda.
Utilizando técnicas de microscopía de alta potencia, el equipo logró identificar estructuras similares a glóbulos rojos en la zona afectada, una evidencia sorprendente que confirma la preservación de tejido blando a través del tiempo.
“A diferencia de los huesos, los tejidos blandos contienen proteínas que ofrecen información molecular clave”, afirmó Stebbing. Esas proteínas podrían dar pistas sobre los mecanismos del cáncer y su evolución en el tiempo geológico.
El estudio fue publicado en la revista científica Biology y señala que los fósiles, además de mostrar la anatomía de los animales extintos, pueden revelar datos sobre enfermedades que los afectaban hace millones de años.
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El Telmatosaurus era un pequeño dinosaurio que vivía en zonas pantanosas del territorio que hoy corresponde a Rumanía, y sus restos se conservaron en condiciones que permitieron la preservación del material blando.
Los glóbulos rojos hallados cerca del tumor muestran que es posible analizar el cáncer en especies extintas, lo que abre una nueva etapa para estudiar cómo esta enfermedad surgió y cómo los organismos antiguos reaccionaban frente a ella.
El hallazgo también reactiva la hipótesis de que las especies de gran tamaño, como los dinosaurios, desarrollaban estrategias biológicas para resistir el cáncer, al igual que ocurre con las ballenas o los elefantes en la actualidad.
El cáncer, según el estudio, puede haber existido en diversas especies y momentos históricos, pero hasta ahora no se contaba con evidencia tan clara sobre su presencia en organismos prehistóricos.
Stebbing destacó que las proteínas halladas en el tejido óseo del dinosaurio se mantuvieron estables durante millones de años, lo que refuerza la posibilidad de aplicar técnicas moleculares modernas a restos fósiles.
“Las proteínas son más resistentes que el ADN y menos propensas a la contaminación, por eso resultan ideales para estudiar enfermedades como el cáncer en fósiles”, explicó el investigador británico, en un comunicado oficial.
Este tipo de hallazgos permite estudiar cómo actuaban factores genéticos, ambientales y biológicos en la aparición del cáncer, lo que puede ayudar a diseñar tratamientos más efectivos en el presente.
El estudio también llama la atención sobre la importancia de preservar cuidadosamente los fósiles, ya que cualquier mejora futura en la tecnología será inútil si no hay muestras biológicas bien conservadas.
“La clave es coordinar esfuerzos a largo plazo para conservar fósiles adecuados para estudios moleculares”, insistió Stebbing. Solo así se podrá garantizar el acceso a información crucial para la ciencia médica.
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La investigación plantea una pregunta central: si los dinosaurios vivían muchos años y tenían cuerpos grandes, ¿cómo hacían para resistir enfermedades como el cáncer?, una incógnita que puede tener respuestas útiles para la medicina humana.
El estudio sugiere que las especies longevas debían tener mecanismos naturales para controlar la aparición de células tumorales, y entender esos procesos puede dar pistas sobre formas de prevención actuales.
Este descubrimiento invita a revisar otros fósiles con técnicas similares, con el objetivo de identificar nuevas muestras de tejidos blandos y comprobar si el cáncer era común en el registro fósil o si era un fenómeno raro.
El hecho de que se haya conservado tejido blando es un acontecimiento inusual, pero no imposible. Los avances en microscopía y química forense paleontológica hacen cada vez más probable que se repitan estos descubrimientos.
Los científicos creen que es momento de impulsar una nueva línea de investigación que combine paleontología, biología molecular y oncología, un cruce interdisciplinario que podría ofrecer herramientas inéditas.
El hallazgo en el Telmatosaurus fue considerado una prueba de concepto. La posibilidad de que otras especies extintas hayan sufrido enfermedades similares al cáncer amplía el campo de análisis científico.
Aunque parezca inverosímil, la idea de que una criatura del Cretácico pueda enseñar algo a la medicina actual ya no es fantasía científica, sino una posibilidad cada vez más real gracias a la tecnología.
Además de informar sobre enfermedades, estos estudios permiten reconstruir la historia biológica de los dinosaurios desde una nueva perspectiva, más cercana a la genética que a la simple anatomía.
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Este enfoque no pretende reemplazar los métodos tradicionales de estudio paleontológico, sino sumar una capa de análisis centrada en procesos biológicos que antes no se podían observar.
El valor de este trabajo no está solo en lo que revela sobre los dinosaurios, sino en lo que podría revelar sobre nosotros mismos y nuestras propias vulnerabilidades frente al cáncer.
Stebbing y su equipo aseguran que aún queda mucho por descubrir en los huesos antiguos, y que cada fragmento de tejido blando puede contener una biblioteca entera de información biomédica aún no descifrada.
En un contexto global de búsqueda de nuevas terapias, la biología evolutiva puede ser un camino complementario a los laboratorios modernos, con pistas escondidas en el pasado profundo del planeta.
El estudio también plantea un cambio de paradigma: los fósiles no solo hablan del pasado, también pueden intervenir en el futuro de la salud humana, si se conservan con el cuidado necesario.
A partir de este descubrimiento, será posible comenzar una carrera científica por encontrar más proteínas fosilizadas, con el objetivo de construir un mapa histórico de enfermedades en especies extintas.
La historia evolutiva del cáncer empieza a contarse en huesos petrificados, bajo capas de sedimento y millones de años de silencio.
Y ahora, con la tecnología adecuada, esos huesos comienzan a hablar.








