El importante rol de los padres en el aprendizaje emocional de los niños

Actualidad23/09/2025REDACCIÓNREDACCIÓN
Niño enojado
Niño enojado

En la crianza cotidiana, los chicos miran, copian y replican nuestras reacciones. Ese espejo define cómo nombran lo que sienten, cómo lo tramitan y cómo se vinculan con otros. La psicóloga y neuropsicóloga infantil Carina Schwindt subraya el punto de partida: “Tu calma, calma”, una consigna breve que ordena el clima en casa y habilita el aprendizaje emocional.

La primera infancia es un tiempo sensible, con cerebro en plena maduración y personalidad moldeada también por el contexto. “No se puede regular aquello que no se conoce”, insiste Schwindt, y propone comenzar por registrar el cuerpo: respiración acelerada, calor, tensión en cejas o mandíbula. Identificar la señal física abre la puerta a regular lo que se siente.

La observación y la imitación gobiernan los primeros años. Las llamadas neuronas espejo hacen de puente: si el adulto baja el tono, el chico baja la intensidad; si el adulto sube, todo se multiplica. Por eso, Schwindt sugiere frases cortas y voz suave, además de sostener cercanía física sin invadir. “Conectar para redirigir”, resume el método: primero vínculo, después la norma.


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Las explosiones emocionales no se cancelan con órdenes tajantes. Se acompañan. Los berrinches existen y no requieren soluciones mágicas, sino rutinas previsibles y consecuencias anticipadas, no castigos improvisados. Un reloj de agujas para marcar “cuándo nos vamos a bañar” ayuda más que un sermón. El objetivo es que el chico gane registro y regule con ayuda.

Las técnicas concretas valen por su simpleza. Schwindt propone respirar, tomar agua fría y mover el cuerpo; son recursos al alcance de cualquiera y sirven más si se practican en calma, no en plena crisis. Un “time-out” del adulto —quedándose a la vista, sin abandono— baja el propio umbral de reactividad y permite volver mejor.

El mindfulness ofrece un anclaje breve y práctico: escuchar la lluvia un minuto, notar texturas al comer, cerrar los ojos y ubicar sonidos del ambiente. Esa “conciencia plena” trae el aquí-y-ahora a la escena familiar. Cinco minutos diarios alcanzan para reducir estrés en grandes y chicos y mejorar la disponibilidad afectiva.


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Nombrar emociones es apenas el comienzo. La clave está en sentir para comprender y recién ahí regular, con ejemplos concretos: “Cuando estás enojado, ¿dónde lo notás?”, “Cuando aparece el miedo, ¿cómo late el corazón?”. Ese entrenamiento cotidiano se integra a rutinas, no a discursos largos que el pensamiento infantil no procesa.

A la par, el marco teórico importa si baja a tierra. La inteligencia emocional de Daniel Goleman ordena habilidades como conciencia, regulación, empatía y lazo social. En casa, se traduce en límites claros, anticipo de consecuencias y reparaciones posibles tras cada estallido. El acompañamiento adulto deja huella: más autoestima, mejor tolerancia a la frustración y vínculos más sanos.

Fuente: LA NACION.

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