NIGERIA DECLARÓ EMERGENCIA POR USO DE CREMAS BLANQUEADORAS

La presión social, los estigmas raciales y la venta ilegal de químicos empujaron a miles de mujeres a repetir esta práctica peligrosa.

Fátima vive en el norte de Nigeria. Tiene seis hijos. Su historia recorre mercados, hospitales y redes sociales, porque refleja un fenómeno extendido y peligroso: el uso de cremas blanqueadoras para aclarar la piel de los niños.

La mujer aplicó productos cosméticos en la piel de sus hijos durante años. Lo hizo sin receta médica, guiada por recomendaciones familiares y una necesidad profunda de aprobación. Su madre favorecía a los nietos de piel más clara.

Las cremas generaron efectos graves. El hijo menor de Fátima tiene quemaduras en la cara y las piernas. Su piel no cicatriza. Otras hijas sufren manchas blancas, heridas abiertas, oscurecimiento facial o cicatrices en rodillas y labios.

El caso de Fátima no es aislado. En Nigeria, según la Organización Mundial de la Salud, el 77% de las mujeres usa productos blanqueadores con frecuencia. La mayoría comienza sin supervisión médica y continúa durante años.

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Los motivos no siempre son estéticos. En muchos casos, las madres intentan proteger a sus hijos de la discriminación. Creen que una piel más clara puede abrir puertas, evitar rechazos, cambiar cómo la sociedad mira y trata a sus hijos.

Fátima compró las cremas en supermercados y mercados populares de Kano. Esa ciudad del norte de Nigeria concentra un alto nivel de circulación de estos productos, muchos de ellos sin etiqueta o con fórmulas peligrosas.

Los primeros cambios fueron bien recibidos. Los hijos de Fátima recibieron elogios. La abuela cambió su trato. Pero después aparecieron los efectos adversos: lesiones, infecciones, manchas, y en los más chicos, dolor constante.

Una de sus hijas ya no sale sin cubrirse el rostro. Otra sufre burlas en la escuela. Los vecinos las señalan, las asocian con el consumo de drogas. Sus nudillos oscuros y su piel clara despiertan sospechas.

La decoloración de la piel también genera estigmas. Algunas personas creen que quienes usan esas cremas son adictos o prostitutas. En realidad, muchas son adolescentes o madres que buscan aceptación. No reciben información clara ni orientación médica.

En los mercados de Kano se venden miles de cremas sin control. Vendedores preparan mezclas a la vista, usan ingredientes como ácido kójico, hidroquinona o mercurio. También aplican inyecciones aclarantes, sin autorización sanitaria.

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Una especialista en dermatología con sede en Abuja aseguró que el 80% de sus clientas usó cremas blanqueadoras en sus hijos. Algunas comenzaron en el nacimiento. Otras lo hicieron más tarde, como parte de una costumbre instalada.

El gobierno nigeriano declaró el estado de emergencia en 2023. La Agencia Nacional para el Control de Alimentos y Medicamentos (Nafdac) intenta frenar la comercialización de estos productos en el mercado interno y en las fronteras.

Las cremas ilegales se transportan sin etiquetas. Algunas llegan en polvo, otras en frascos reciclados. Nafdac admitió que muchas sustancias no pueden identificarse sin análisis de laboratorio. Las tareas de fiscalización resultan complejas.

Las consecuencias médicas también son múltiples. La piel se vuelve más delgada. Las heridas tardan en curar. Hay riesgo de infecciones graves, dermatitis, acné, toxicidad renal, inflamaciones y, en algunos casos, lesiones permanentes.

El ácido kójico es un derivado de la fabricación de sake. Su uso en cosméticos está permitido solo en dosis bajas. Sin embargo, en los mercados de Nigeria, los vendedores aumentan su concentración sin medir efectos secundarios.

La falta de información agrava la situación. Muchas madres desconocen los componentes activos. No saben cuántas veces deben aplicar la crema. Tampoco comprenden que su uso en menores puede resultar irreversible o incluso letal.

Fátima aseguró que sus hijas perdieron posibles parejas por las marcas en la piel. Los jóvenes no quieren que los asocien con personas que podrían parecer adictas o enfermas. El estigma se transmite de forma cruel y cotidiana.

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La madre decidió contar su historia para evitar que otras repitan su error. Reconoce que actuó por presión, pero también por dolor. Siente que su deseo de proteger a sus hijos terminó dañándolos de manera permanente.

Cuando su madre supo lo que había hecho, lloró. Entendió que su favoritismo marcó a sus nietos. Le pidió disculpas. La familia ahora intenta reconstruir la relación, pero las heridas siguen abiertas y visibles.

Fátima suspendió el uso de las cremas. Pero los efectos aún persisten. Las cicatrices, las quemaduras y el dolor no desaparecen con rapidez. La madre siente culpa, vergüenza y tristeza cada vez que los ve.

En los mercados, la venta de estas sustancias sigue activa. Los controles aumentaron, pero las soluciones todavía no llegan a las casas donde el color de piel define el trato. El daño se extiende de generación en generación.

Algunos vendedores afirman que las cremas ayudan a que los bebés brillen. Los clientes piden fórmulas “radiantes”, sin pensar en los riesgos. La ignorancia se combina con una presión cultural profunda, y con una industria que no frena.

Zainab Bashir Yau, especialista en estética, advirtió que muchas mujeres quieren que sus hijos tengan una piel clara desde el nacimiento. Lo ven como una inversión emocional. Lo que no ven es el peligro escondido detrás del tono.

Fátima repite su frase más dura en cada entrevista. Dice que llenó de cicatrices a sus hijos. No puede olvidar sus gritos. Ahora recorre su barrio para contar lo que vivió. Quiere que ninguna otra madre pase por lo mismo.