
Productores acusan a ecologistas por la expansión del guanaco y la desertificación
Actualidad28/10/2025
Sergio Bustos
“Tuvimos 30 años de negligencia con el guanaco y se desertificaron los campos”, lanzó sin rodeos Marcelino Díaz, productor ovino y director de la Sociedad Rural Argentina en Santa Cruz. En su voz resuena la bronca de un sector que siente que el discurso ecologista arrasó con la producción y dejó tierra arrasada.


Durante décadas, la Patagonia fue un territorio de equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Pero la protección total del guanaco, impulsada por grupos ambientalistas y respaldada por el Estado, rompió ese equilibrio y generó un efecto contrario: la desertificación de los campos.
Díaz asegura que el guanaco pasó de ser una especie protegida a una plaga incontrolable. “Escucharon a todos los verdes, gente que no invierte en el país, que vive de ONG y habla sin conocer el campo”, disparó. Según sus cálculos, en Santa Cruz hay más de tres millones de guanacos, un 40% más que ovejas.
El productor afirma que la sobrepoblación agotó los pastos, erosionó los suelos y redujo hasta un 50% la capacidad productiva de muchas estancias. “Nos obligaron a mantener animales que no son nuestros. Los campos se quedaron sin comida y sin agua”, advirtió.
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La crítica más dura apunta a las políticas de conservación que, en su opinión, transformaron zonas productivas en desiertos. Díaz recordó el caso del Parque Nacional Monte León, creado por Douglas y Kristine Tompkins. “Había 12.000 animales y vida en los pueblos. Hoy hay pumas, zorros y guanacos sin control, y el suelo está muerto”, relató.
Para los productores, el ecologismo militante convirtió la Patagonia en un laboratorio sin resultados. “Nos decían que el ganado destruía el ecosistema, y ahora los guanacos lo hicieron polvo”, resumió Díaz.
El impacto no se limita al campo. Los guanacos invaden rutas, provocan accidentes y alteran la convivencia rural. “Llegando a Calafate hay que frenar para dejarlos cruzar; es un peligro constante”, contó el dirigente rural.
Durante años, la prohibición de cazar o trasladar guanacos bloqueó cualquier intento de control. Recién ahora, con el aval del gobierno provincial y nacional, los productores pueden faenar y aprovechar los animales bajo autorización oficial. Sin embargo, el alivio es mínimo. “Sacar diez mil guanacos al año no cambia nada. Se multiplican un 20% por año”, explicó.
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Díaz sostiene que el problema es estructural: “Por miedo a contradecir a los ecologistas, los gobiernos callaron. Hoy hablan de desertificación, pero no dicen la causa real: el guanaco.”
En su visión, la conservación sin gestión fue una trampa. Lo que empezó como una defensa ambiental terminó destruyendo lo que pretendía proteger. “Un productor cuida la tierra porque vive de ella. El ecologista la abandona y después señala con el dedo”, sentenció.
La imagen del guanaco sigue siendo símbolo de la Patagonia, pero para quienes trabajan el suelo, ese símbolo se volvió una amenaza. Si no se equilibra la población, advierten, el ecologismo mal aplicado dejará una herencia irreversible: un desierto donde antes hubo vida.
















