Aumento de casos de bullying: qué señales observar en casa para actuar a tiempo

Actualidad29/11/2025REDACCIÓNREDACCIÓN
Acoso escolar
Acoso escolar

La preocupación por el bullying en las escuelas volvió a instalarse con fuerza en las últimas semanas y llevó a que docentes, familias y profesionales retomen la discusión sobre cómo detectar situaciones que los chicos suelen callar por miedo, vergüenza o presión de su grupo. La conducta que muestran en casa funciona como un mapa que permite advertir cambios emocionales, físicos o sociales que no deben ignorarse, y que aparecen incluso antes de que el conflicto escolar salga a la luz.

Los equipos que trabajan con infancias coinciden en que el primer indicio surge cuando el chico modifica su humor de manera abrupta. La tristeza constante, la irritación sin motivo o el silencio prolongado suelen anticipar que algo ocurre en su espacio cotidiano, un escenario que se vuelve más claro si el malestar aparece los días previos a asistir a clases. Aun así, los especialistas remarcan que cada caso se manifiesta de manera distinta y que la mirada familiar es clave para notar los matices.


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Otro punto que despierta alarma son los cambios en los hábitos de sueño y alimentación. Cuando un chico deja de descansar como lo hacía, pierde apetito o come en exceso, el cuerpo da señales de tensión acumulada. Muchas veces esa tensión nace en la escuela, donde el bullying se expresa con burlas, exclusión o agresiones repetidas, situaciones que los chicos intentan minimizar sin comprender su impacto real.

En algunos hogares se observan intentos de evitar la escuela, excusas para no participar en actividades o solicitudes insistentes para cambiar de curso. Ese comportamiento se vuelve más evidente cuando el alumno antes disfrutaba de su rutina y ahora expresa rechazo ante cualquier propuesta vinculada al ámbito escolar. El giro abrupto en el interés por sus compañeros o por su propio rendimiento académico también funciona como señal temprana, algo que padres y madres suelen notar en las conversaciones cotidianas.


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En esta dinámica, las redes sociales ocupan un lugar central. El ciberacoso amplifica las agresiones fuera del horario escolar y expande su alcance. Las familias deben prestar atención a la relación que los chicos mantienen con el teléfono: bloqueos repentinos, eliminación constante de aplicaciones, miedo a recibir mensajes o reacciones impulsivas ante notificaciones. La exposición digital agrava el impacto emocional y convierte al bullying en un fenómeno permanente, que no termina al salir del aula, y que complejiza la lectura del problema.

Los especialistas subrayan que, ante cualquier indicio, el diálogo con los chicos es fundamental. Las preguntas abiertas, la escucha atenta y la contención emocional favorecen que puedan expresar lo que sienten sin temor a ser juzgados. La construcción de un espacio de confianza es la herramienta más sólida para que puedan hablar sobre lo que ocurre, en un entorno que alivie la carga emocional y permita dar los primeros pasos para pedir ayuda.


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Cuando el bullying se confirma, la intervención no debe quedarse en el hogar. Las escuelas cuentan con equipos de orientación, docentes y directivos capaces de articular estrategias para cuidar al alumno afectado. La participación activa de la familia sostiene cualquier proceso institucional, ya que cada chico necesita una red que funcione de manera coordinada para recuperar su bienestar y su vínculo con la escuela.

Los profesionales del sector remarcan que no existe un único camino para detener el bullying, aunque sí coinciden en el peso de la prevención. La observación diaria, el diálogo en casa y la participación en el espacio escolar construyen una base sólida para evitar que la violencia se instale. El compromiso de cada adulto resulta decisivo para que estos episodios no se naturalicen y los chicos puedan transitar la escuela con seguridad y respeto, una meta que involucra a toda la comunidad.

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