
El relato de una mujer sometida por una secta vuelve a exponer el silencio que habilitó el abuso
Actualidad02/12/2025
REDACCIÓN
La voz de Serena Kelley se volvió a escuchar en distintos medios internacionales y su testimonio volvió a impactar a quienes siguen de cerca la trama de abusos en organizaciones cerradas. La mujer decidió hablar con más precisión sobre aquellos años en los que, según su propio relato, su infancia quedó anulada por un sistema que la transformó en objeto. En ese repaso recordó que “mi madre me entregó”, una frase que resume un punto de quiebre que marcó su vida y que hoy sostiene como parte de una historia que quiere visibilizar sin condicionamientos.


En su relato detalló cómo, durante los primeros años, no encontraba forma de comprender su lugar dentro de ese entorno. Esa mirada se refleja cuando afirma que “nunca tuve la sensación de ser una persona”, una definición que expone el impacto que tuvo la secta Niños de Dios sobre su identidad. Kelley mencionó que esa estructura cerrada anulaba cualquier posibilidad de expresión y la ubicaba como parte de un orden rígido que solo admitía obediencia.
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La mujer recordó también la figura de David Berg, líder de la organización y figura central en la manipulación psicológica que condicionó su historia desde la niñez. La referencia a su huida volvió a ocupar parte del testimonio, cuando explicó que “la libertad aterra al principio”, una frase que revela el choque emocional que enfrentó una vez que salió de ese entorno en el que había crecido sin cuestionamientos posibles.
El impacto de esa transición se profundiza en otro pasaje del testimonio, donde expresó que “te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola”, un registro emocional que ayuda a comprender las tensiones internas que atravesó al romper con la secta. Desde ese punto, su testimonio buscó alertar sobre la importancia de mantener viva la memoria para acompañar a víctimas que aún permanecen en silencio.
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Kelley insistió en que su historia no pretende generar compasión, sino exponer un sistema que sostienen esas prácticas. Esa intención se resume cuando sostuvo que “solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, una declaración que invita a repensar los mecanismos sociales e institucionales que permiten que estos episodios persistan en distintas partes del mundo.
En otro tramo retomó la imagen de su infancia quebrada al señalar que “sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho”, una frase que atraviesa todo el relato y que deja ver la dimensión del daño sufrido durante los primeros años de vida. Con esa misma claridad, la mujer destacó que su testimonio busca abrir espacio para quienes todavía no pudieron expresar lo vivido.
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El caso volvió a cobrar visibilidad cuando distintos medios recordaron su recorrido posterior a la fuga, momento en el que retomó el vínculo con su madre y decidió construir una vida lejos de la organización. Ese camino incluyó estudios universitarios en Austin, donde se graduó en Comunicaciones Corporativas y comenzó una carrera vinculada a las Tecnologías de la Información, un trayecto que buscó reafirmar su autonomía después de años de sometimiento.
Fuente: NA.

















