


Gustavo Tellini participará del Vía Crucis submarino como el primer buzo excombatiente de Malvinas que rinde homenaje bajo el mar. Llegó con su tubo y su historia de vida, tejida entre la guerra, Puerto Madryn y la fe.
La llegada de Gustavo Tellini a Puerto Madryn esta vez no fue casual. El primer buzo excombatiente de Malvinas participará del Vía Crucis submarino con el equipo completo y con una historia que conecta las profundidades del océano con las emociones más íntimas del alma. “Sumergirme es agradecer por haber vuelto”, dice. Lo hace por él, pero también por sus compañeros que ya no están.
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#LA17 tomó la importancia de esta historia para abocarse en un acobertura que retrate el corazón de Gustavo. Por eso, Paola Brossy pudo dialogar con él frente al mar y realizar material en video, y Karina Lo Re, lo invitó a #MODO17, siendo ésta su primera vez en la radio. Y fue especial. Trajo su tubo de buceo decorado con los stickers del Regimiento 7 de La Plata, uno de los que más vidas dejó en Monte Longdon. “Tiene 36 caídos”, recuerda Gustavo con respeto.
Su participación en el Viacrucis surgió como una idea desde Buenos Aires, que concretó con el Centro de Veteranos, la Municipalidad de Puerto Madryn y la operadora Master Divers. “Uno como buzo no puede participar si no es de la mano de una operadora, hay que acreditar”, explica.
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Su amor por el buceo también nació en Madryn. Hizo su bautismo en la zona con Carolina, de Scuba dua. “Ella no lo podía creer cuando le mostré el certificado en 2019, durante la inauguración del mural”. Desde entonces, la relación con la ciudad se profundizó. Aunque aún no vive aquí, lo siente como parte de su destino: “Patagonia es parte de mi vida. Es donde quiero terminar”.
Gustavo es uno de los soldados que llegaron a Madryn el 19 de junio de 1982. “Ese día Madryn se quedó sin paz, nos recibió con una emoción que quedó en el alma”, relata. Aún recuerda el abrazo de la gente, el llanto, el empuje contra las vallas del ejército, las manos queriendo tocar a los que habían dado la vida. “Eso te queda, te marca para siempre”, dice.
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No conocía Madryn antes de la guerra. Lo conoció volviendo, en el Canberra. No se quedó en la ciudad. “Nos bajaron, subimos a un camión y fuimos derecho a Trelew. De ahí a Campo de Mayo”, relata. Allí quisieron retenerlos para cambiar su imagen, como si fuera una operación de chapa y pintura. “Nos negamos. El domingo ya estaban los micros fletados para llevarnos a La Plata”.
Con el paso del tiempo, los veteranos pudieron hablar, pero al principio había pacto de confidencialidad. Incluso uno de sus compañeros fue detenido por contar. “Fue preso por difundir. Jorgito Rey. Lo liberaron después”. Pero el silencio no podía durar. “La posguerra fue la otra batalla. Personal y solitaria. No teníamos trabajo, salud, ni leyes que nos protegieran. Las leyes las hicimos nosotros”, sentencia.
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Hoy Gustavo vuelve a Madryn con otras herramientas: el traje de buceo, las cartas de quienes le escribieron en la guerra, los recuerdos sanados y los afectos renovados. “La fe fue fundamental. En la oscuridad, con los misiles, solo te podías aferrar a eso”, recuerda. Por eso el Vía Crucis tiene tanto sentido. No es solo meterse al agua: es una ceremonia profunda, emocional. “Voy con los que no están. Es por todos”.
Ya estuvo en Puerto Pirámides. Conoció a Jorge Sarmiento, también buzo con pasado en las Fuerzas Armadas, en Paraná. “No hay casualidades, hay causalidades”, dice. Fue invitado a la ceremonia del 1º de abril, y desde entonces forma parte del equipo. Se siente agradecido. La oficina de Gustavo es el mar. Y su vocación ahora es transmitir y colaborar desde ahí.
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En solo un mes, en Madryn, se le abrieron muchas puertas. Charlas, encuentros, reconocimientos. “Este viaje fue el más productivo. No me nuclea, me expande”. Y nota algo en la ciudad: “Acá hay afecto verdadero por Malvinas. Respeto profundo. No es solo difusión, hay compromiso”. Lo siente en la radio, en las calles, en la gente. Y lo agradece.
“De Bahía Blanca para abajo se vivió Malvinas de verdad. Se sabía lo que era el apagón, el escusamiento. No como en Buenos Aires, donde la vida siguió como si nada”, diferencia. Pero no lo dice con rencor, sino como alguien que encontró una comunidad que sí entendió, que sí acompañó.
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Cuando lo subieron al Canberra, pensaban que el barco estaba hundido. Pero los reflectores lo iluminaron en la noche cerrada. “Gracias a Dios que nos trajo de vuelta”, dice. La pregunta que le queda es: ¿y si hubiera sido al revés? ¿Qué habría pasado si los argentinos tenían que traer a los británicos?
Hoy prefiere quedarse con lo curado, con lo sanado. Pero la guerra vive en las cartas, en los telegramas, en los afectos. En las abuelas que escribieron, en los amigos que quedaron. Por eso, bucear también es recordar. Sumergirse es un acto de amor. Y de memoria.







