Cae la fruta en San Antonio Este y ya nadie espera barcos

Actualidad09/05/2025Sergio BustosSergio Bustos
puerto san antonio
Puerto de San Antonio Este.

El puerto de San Antonio Este muestra su momento más crítico en años. Las exportaciones frutícolas alcanzaron apenas 113.800 toneladas entre enero y abril. Esa cifra representa una caída del 28% respecto del mismo período de 2024. También refleja una baja del 8% comparado con el promedio de las últimas cinco temporadas.

La Terminal Portuaria Patagonia Norte difundió los números sin rodeos. Lo que antes era una referencia de dinamismo hoy es una postal de retroceso. En los primeros cuatro meses de 2005 se habían exportado más de 401.000 pallets de fruta y hortalizas. Hoy, San Antonio Este mueve menos de la séptima parte.

Los datos no necesitan interpretación. La tendencia negativa se repite campaña tras campaña. Las estadísticas bajan con persistencia, como una marea que retrocede sin volver. Marzo volvió a ser el mes con mayor volumen, pero en todos los meses de este año se exportó menos que en 2024.

La imagen del puerto se transformó. Donde antes se veían camiones, operarios y contenedores, ahora hay galpones apagados, movimientos lentos y miradas vacías. “Esto ya no se parece a lo que fue”, dicen los trabajadores con décadas de historia en la terminal.

Rubén trabaja en el puerto desde hace más de 30 años. Recuerda con claridad los tiempos de mayor movimiento. “Verlo así, vacío, es como ver apagarse una parte de nuestra historia. Nos quitaron el futuro de a poco y casi sin darnos cuenta”, cuenta mientras espera su turno que no llega.


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La caída no tiene una única causa. La crisis estructural que atraviesa la fruticultura en Río Negro y Neuquén es central. En las últimas dos décadas, la producción regional perdió más de 600.000 toneladas de peras y manzanas. No solo se cosecha menos. También se exporta menos.

Exportar dejó de ser negocio para muchos productores. El mercado interno, aunque más chico, ofrece más estabilidad. Las trabas cambiarias, los costos logísticos, los impuestos distorsivos y la falta de incentivos complicaron la venta al exterior. Muchas firmas optaron por reducir volúmenes y esperar mejores condiciones.

Los gobiernos nacionales nunca consolidaron una política exportadora para el sector. Cada cambio normativo agregó más incertidumbre. El tipo de cambio oficial, las retenciones, la falta de reintegros y las restricciones para cobrar en dólares alejaron a varias empresas del comercio exterior.

Los mercados globales también cambiaron. La aparición de nuevos compradores en Asia modificó rutas logísticas. Las empresas buscaron caminos más eficientes. Eligieron puertos con menor costo, mejores tiempos y acceso directo al Pacífico. San Antonio Este no pudo competir con esos beneficios.

Los puertos chilenos ofrecieron ventajas que el SAE no pudo igualar. Bahía Blanca y Buenos Aires también ganaron terreno. La infraestructura, la conectividad y la eficiencia logística desplazaron al puerto patagónico de su rol histórico en las exportaciones frutícolas.

Los tres gráficos comparativos lo muestran con claridad. En los primeros cuatrimestres de 2015, 2020 y 2025, la participación de San Antonio Este en la exportación regional bajó en forma sostenida. Mientras otros puertos crecieron o se mantuvieron, SAE retrocedió sin pausa.


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La postal actual contrasta con la historia reciente. Antes, en plena temporada, no se podía caminar entre los galpones por el movimiento de camiones y estibadores. Hoy, sobra espacio. Sobra tiempo. Falta fruta. Faltan barcos. Falta futuro.

Las consecuencias se sienten en toda la región. Cada tonelada que no se exporta es ingreso que no llega al productor. Es un puesto de trabajo que se pierde. Es un comerciante que vende menos. Es una familia que ajusta gastos para seguir adelante.

El puerto no es solo un lugar de carga. Es un motor económico para todo el Alto Valle. Su decadencia afecta a chacareros, cooperativas, transportistas, empleados, operarios, cámaras empresarias y comerciantes locales. Nadie queda afuera del impacto.

El derrumbe no fue repentino. Se dio en silencio, con cifras que caían sin llamar demasiado la atención. Año tras año, el número fue bajando. Nadie tomó decisiones para revertirlo. Nadie frenó el retroceso. “El puerto se vació y nadie lo quiso ver”, dicen los más veteranos.

Sin políticas públicas, el puerto perdió protagonismo. No hubo inversión. No hubo incentivos. No hubo mirada estratégica. Las decisiones empresarias buscaron rentabilidad y previsibilidad en otros destinos. La región quedó fuera del nuevo mapa logístico.

Algunos actores del sector todavía creen en una recuperación. Apuestan a la inversión en infraestructura. Piden acuerdos comerciales con puertos internacionales. Plantean incentivos para volver a exportar desde San Antonio Este. Pero admiten que el tiempo juega en contra.


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Cada temporada perdida es una oportunidad menos. Los mercados se reconfiguran rápido. El que pierde presencia tarda años en volver. Los barcos cambian rutas. Los compradores cambian puertos. La competencia es feroz. La fruta no espera.

La caída del puerto es símbolo de un modelo en crisis. La fruticultura patagónica, que alguna vez lideró exportaciones argentinas, hoy resiste con esfuerzo. Sin crédito, sin previsión y sin respaldo, solo queda aguantar hasta que algo cambie.

Los trabajadores portuarios piden respuestas. No quieren subsidios ni discursos. Piden fruta. Piden barcos. Piden futuro. El orgullo de cargar fruta para el mundo ya no se ve en sus rostros. Ahora hay silencio. Hay bronca. Hay resignación.

Las autoridades locales miran con preocupación. Saben que el impacto social será cada vez más profundo si la situación no mejora. Las ciudades del Alto Valle dependen del campo. Y el campo necesita vender lo que produce para no morir en su chacra.

La política no puede seguir mirando para otro lado. El puerto necesita decisiones. Las frutas necesitan mercados. Los trabajadores necesitan certezas. El momento de actuar no es mañana. Es hoy.

San Antonio Este supo ser símbolo de crecimiento. Ahora pelea para no convertirse en ruina de lo que fue. No por nostalgia. Por dignidad. Por trabajo. Por identidad. “No todo está perdido, pero hay que moverse ya”, repiten quienes todavía apuestan a su recuperación.

La fruta no espera. Los mercados tampoco. El puerto tiene dos caminos. Reinventarse o apagarse. Recuperar lo que fue o resignarse al olvido. La decisión está en manos de quienes tienen la responsabilidad de gobernar y proyectar un modelo regional con futuro.

   

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