El patrimonio de la iglesia católica genera debate por su magnitud y origen

Actualidad13/05/2025Sergio BustosSergio Bustos
vaticano
La riqueza del Vaticano en debate.

La riqueza de la Iglesia católica volvió a generar atención mundial tras la publicación de un nuevo balance económico. El informe fue elaborado por la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (Apsa) y corresponde al año 2023. Según los datos divulgados, la Santa Sede obtuvo un beneficio total superior a los US$52 millones, y sus activos aumentaron en casi US$8 millones. A pesar de la divulgación parcial, aún no se conoce el patrimonio neto total, lo que mantiene abierto el debate.

Desde 2021, el Vaticano publica balances anuales de forma oficial. Fue una medida impulsada por el papa Francisco como parte de su política de transparencia y reforma interna. La decisión marcó un cambio en siglos de secretismo sobre las finanzas vaticanas. El primer balance fue considerado histórico por la comunidad internacional.

Apsa gestiona más de 5.000 inmuebles en distintos países. Solo el 20% está alquilado, lo que representa ingresos operativos de US$84 millones y un beneficio neto cercano a los US$40 millones anuales. Sin embargo, estos datos abarcan únicamente al Vaticano. Las diócesis del resto del mundo administran sus presupuestos de forma independiente.

El patrimonio inmobiliario incluye iglesias, escuelas, monasterios, edificios urbanos y rurales. El Instituto de Estudios de las Religiones y la Laicidad (IREL), con sede en París, estima que la Iglesia posee entre 71 y 81 millones de hectáreas. Es considerada uno de los mayores terratenientes del mundo. Las cifras totales resultan difíciles de calcular.

Cada diócesis, congregación o comunidad gestiona su propio presupuesto. Esto impide un registro único y consolidado del patrimonio eclesiástico. Según el profesor Fernando Altemeyer Junior, “es prácticamente imposible evaluar el patrimonio total de la Iglesia Católica”.


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La riqueza de la institución se consolidó a lo largo de los siglos. El punto de inflexión fue en el siglo IV, cuando el emperador Constantino declaró al cristianismo religión oficial del Imperio romano. Desde entonces, comenzaron las donaciones de palacios, tierras y oro a la Iglesia.

A partir de esa alianza con el poder político, la Iglesia pasó de ser perseguida a convertirse en una institución privilegiada. En siglos posteriores, acumuló propiedades e influencia en Europa, muchas veces a cambio de respaldo político y legitimidad espiritual.

En 1929, los Pactos de Letrán firmados entre el Vaticano y Benito Mussolini marcaron otro hito. La Santa Sede recibió 1.750 millones de liras como compensación por los bienes perdidos durante la unificación italiana. Parte de ese dinero se invirtió en inmuebles y activos financieros.

El Banco del Vaticano, oficialmente llamado Instituto para las Obras de Religión (IOR), gestiona una cartera de casi US$1.900 millones. También administra inversiones diversificadas en Europa, especialmente en Roma, donde se concentra el 92% del patrimonio inmobiliario.

Los ingresos del Vaticano no provienen solamente de alquileres e inversiones. El turismo religioso representa otra fuente clave de financiamiento. Museos, basílicas y exposiciones generan millones de visitas anuales y contribuyen a sostener la estructura de la Santa Sede.

También existen las donaciones voluntarias de los fieles. El Óbolo de San Pedro permite recaudar fondos destinados a obras de caridad y al funcionamiento de la Iglesia. Las donaciones provienen de todo el mundo, aunque se destacan las diócesis de Alemania y Estados Unidos.

En Alemania, los fieles tributan un impuesto eclesiástico llamado kirchensteuer. Representa entre el 8% y el 9% de su renta imponible. Solo en 2023, ese impuesto generó ingresos por US$7.400 millones, aunque se registró una caída respecto al año anterior.


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La diócesis de Colonia declaró un patrimonio neto de casi US$5.000 millones. En el mismo año recaudó más de US$740 millones mediante el impuesto. El 70% de su presupuesto depende de ese tributo obligatorio.

Estados Unidos también figura entre los países con mayores aportes. Allí no existe un impuesto eclesiástico, pero se recaudan más de US$10.000 millones al año en donaciones privadas. Las diócesis manejan universidades, hospitales y medios de comunicación.

En Brasil, el país con mayor número de católicos, la Iglesia gestiona una vasta red de parroquias, escuelas y santuarios. El Santuario de Aparecida, por ejemplo, recibe más de 10 millones de peregrinos al año y genera ingresos anuales estimados en US$240 millones.

La Iglesia posee también activos intangibles de gran valor cultural. Obras de arte, bibliotecas, archivos históricos y piezas religiosas no se cotizan comercialmente. No están disponibles para la venta ni generan ingresos directos.

La Catedral de Notre Dame, en Francia, es otro ejemplo. Antes del incendio de 2019, recibía 13,6 millones de visitantes anuales. La restauración costó US$800 millones y fue financiada con donaciones de 340.000 personas de 150 países.

No obstante, el debate por la transparencia persiste. Escándalos financieros como el del cardenal Becciu, acusado de desviar fondos destinados a la caridad, reavivaron las críticas sobre el manejo de recursos dentro del Vaticano.

El Papa Francisco ha expresado su preocupación por estos excesos. Reforzó la supervisión con la creación de la Secretaría de Economía en 2014. También insistió en la necesidad de invertir con prudencia para evitar la devaluación del capital.

El propio Francisco afirmó que “el dinero es siempre un traidor”. Señaló que no se puede servir a Dios y a las riquezas al mismo tiempo. Promovió la austeridad como principio rector para el futuro de la Iglesia.


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Sin embargo, los costos de mantenimiento del Vaticano siguen siendo elevados. Las nunciaturas, la Curia Romana y las misiones papales implican gastos operativos importantes. Por eso, el Vaticano comenzó a vender activos para reducir el déficit.

Entre 20 y 25 millones de dólares en bienes se liquidan cada año. La caída del número de fieles en Europa y Estados Unidos representa un problema estructural. Menos aportes implican menos ingresos.

El experto John Allen Jr. señala que la Iglesia necesita encontrar nuevas formas de sostenerse. La caída de fieles, el aumento de los costos y las exigencias de transparencia son desafíos urgentes.

A pesar de las críticas, muchos destacan el rol social de la Iglesia. Hospitales, universidades, orfanatos y proyectos de caridad operan en todo el mundo bajo su tutela. Esa dimensión humanitaria también forma parte de su identidad.

La Iglesia católica es una institución espiritual, pero también una organización global. Su estructura combina fe, poder, historia y economía. El equilibrio entre esos elementos define su presente y su futuro.

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