


El norte peruano despliega una riqueza geográfica impactante, donde conviven costa, selva y sierra. Con playas interminables, selvas espesas y montañas dominantes, la región invita a un recorrido lleno de sorpresas. Trujillo, Piura y Tumbes son paradas esenciales para vivir el contraste entre lo ancestral y lo natural.


Trujillo, a solo una hora en avión desde Lima, deslumbra con su legado preincaico. Las ruinas de Chan Chan, construidas por la cultura chimú, son Patrimonio Mundial de la Unesco. La ciudadela de adobe conserva grabados milenarios que narran la historia de una civilización resistente.
En las playas de Huanchaco se practica el surf, pero también la ancestral navegación en caballitos de totora. Son balsas artesanales que aún flotan como lo hacían siglos atrás. Los turistas pueden alquilar sombrillas, disfrutar el mar o simplemente admirar el horizonte.
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Chiclayo ofrece historia en cada rincón, desde las pirámides de Túcume hasta el sepulcro del Señor de Sipán. En el Museo Tumbas Reales, los tesoros hallados en 1987 por Walter Alva siguen deslumbrando al mundo. Oro, plata, cerámica y símbolos del poder mochica se exhiben como huellas de una era perdida.
El Bosque de Pómac combina arqueología con naturaleza viva, rodeado de algarrobos y aves autóctonas. Búhos, urracas, zorros y ardillas conviven en esta área protegida cercana a Batán Grande. Cada caminata es una experiencia que enlaza cultura y biodiversidad.
En el litoral, la fauna marina también impacta, con avistaje de ballenas y aves en peligro como el carpintero escarlata. Algunos, como el piquero patiazul, asombran con sus patas de un azul intenso y su particular baile de cortejo. Fotógrafos y naturalistas encuentran en este entorno motivos para volver.
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Piura propone una pausa urbana antes de llegar al paraíso. Su catedral neorrenacentista, con retablos dorados y columnas dóricas, invita al asombro. El altar mayor y el retablo de la Virgen de Fátima son joyas coloniales de enorme valor artístico.
A solo tres horas por la Panamericana, Máncora aparece con sus aguas turquesas y su ambiente vibrante. Los surfistas llegan de todas partes y los argentinos la eligen por su clima cálido y la comida sabrosa. Otras playas como Las Pocitas o Vichayito ofrecen tranquilidad y piletas naturales.
En El Ñuro, las tortugas marinas aparecen al amanecer o al atardecer, cuando el mar se calma. Quienes buscan imágenes memorables las encuentran en esa postal serena del Pacífico. El contacto con la fauna se da de forma directa, respetuosa y emocionante.
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Tumbes invita a las aventuras más intensas con windsurf, motos de agua o cabalgatas junto al océano. Punta Sal se destaca entre las mejores para practicar deportes acuáticos. Hoteles de lujo y cocina refinada completan la propuesta para quienes buscan relax y confort.
La gastronomía local resume toda la variedad del Perú con platos que enamoran a primera vista. Desde el ceviche hasta el ají de gallina, pasando por la causa limeña o el arroz chaufa, hay opciones para todos los gustos. La chicha morada, hecha con maíz ancestral, acompaña cada comida con sabor e historia.
Un cierre ideal es probar el clásico King Kong de dulce de leche o el seco de cabrito con arroz y frijoles. Todo tiene un origen, un porqué y una identidad que se respeta y se transforma en cada plato. El norte del Perú no solo se recorre: se escucha, se saborea y se recuerda.
Fuente: LA NACION.









