La inflación baja pero el changuito no lo siente: la grieta entre los datos y la calle

Actualidad19/06/2025Sergio BustosSergio Bustos
Cayó el consumo y el poder de compra
Cayó el consumo y el poder de compra.

La inflación dio un respiro, al menos en los papeles. El INDEC anunció que en mayo fue del 1,5%, el registro más bajo desde el arranque de la gestión de Javier Milei. Para el oficialismo, fue motivo de celebración y muestra del éxito de su política de ajuste. Sin embargo, para la mayoría de los argentinos, el alivio brilla por su ausencia. Las góndolas siguen inquietas, las tarifas se disparan y los bolsillos se vacían más rápido que nunca. La gente no necesita mirar un índice para saber cuánto aumentó el colectivo o el paquete de arroz.

Buena parte de esta contradicción se explica por el método de cálculo que utiliza el INDEC. La matriz con la que mide la evolución de precios está desactualizada y no refleja el peso real de los gastos más sensibles. Por ejemplo, asigna solo un 3% al impacto de los servicios públicos, cuando hoy ese rubro representa entre un 10 y un 15% del gasto familiar promedio, tras la quita de subsidios y la liberación de tarifas. Es decir, los aumentos que más duelen tienen poco peso en la estadística oficial, y eso distorsiona la foto que se pretende mostrar.


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La diferencia entre los datos fríos y la sensación caliente del bolsillo genera una grieta cada vez más visible. Según los números del INDEC, los salarios registrados le ganaron a la inflación desde noviembre de 2023, con una mejora cercana al 1,5%. Pero si se utiliza una metodología alternativa, como la del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), la historia cambia rotundamente: en marzo de 2025, los sueldos estaban unos 8 puntos por debajo del punto de partida. La razón está en el crecimiento feroz de algunos rubros clave: comunicación subió 255,3%, transporte un 227,9% y vivienda junto a los servicios básicos un 340%. Todos por encima del promedio general, que se ubicó en 196,6%.

El propio INDEC ya elaboró un nuevo sistema de medición más acorde con la estructura de consumo actual, pero hasta el momento no hay señales claras de que el gobierno esté dispuesto a implementarlo. Su aplicación implicaría un salto importante en la cifra inflacionaria y podría dejar al desnudo los límites del relato económico oficial. Mientras tanto, las cifras que se comunican desde los organismos públicos se vuelven casi una cuestión de fe. Quien cree, confía. Quien paga los aumentos cada mes, descree con razón. No se trata solo de ideología: es una cuestión de supervivencia.


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La desconfianza hacia los números del INDEC no es nueva. Muchos recuerdan los años en los que Guillermo Moreno ajustaba las estadísticas con fórceps. Hoy, la historia parece repetirse con otros actores, aunque el mecanismo sea más sutil. En un país donde el termómetro de la calle no coincide con el del Estado, la inflación se vuelve más que un dato económico: es un símbolo de una realidad fragmentada entre los informes técnicos y el changuito que se llena cada vez menos.

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