

Valentina Osarán, la joven que no espera que el mundo se acomode a su medida, sino que lo transforma
Chubut22/06/2025


“Desde los tres meses estoy acá”, dice Valentina Osarán a #LA17 mientras recorre los pasillos de la Escuela 524, un lugar que eligió como su casa. No importan los años que pasaron desde que egresó, ni los cambios edilicios o los nuevos compañeros. “Es una familia. Para mí, lo sigue siendo”, asegura con firmeza.

Valentina nació en Puerto Madryn, prematura, y pasó dos meses en neonatología. Cuando llegó el momento de los controles, los médicos confirmaron lo que su familia ya intuía: “Tenía desprendidas las dos retinas. Ya no se podía hacer nada”, relataron. Fue un oculista local, quien primero advirtió la ceguera, y luego el Hospital Garrahan confirmó el diagnóstico definitivo.
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A partir de allí, la historia se entrelazó con la búsqueda de una escuela inclusiva. En ese momento, “nos dijeron que fuéramos a Rawson porque acá no había nada, pero mi marido decía: ‘Yo vivo enfrente de una escuela donde hay chicos no videntes’”, recuerda su mamá. Así fue como descubrieron la existencia de la Escuela 524, que en aquel entonces funcionaba en un aula prestada por el Piedra Libre -programa que brinda apoyo a la inclusión educativa de estudiantes con discapacidad visual y auditiva-. Desde los tres meses, Valentina comenzó a recibir estimulación temprana y clases específicas según su edad.
“Aprendí a moverme con el bastón, a escribir, a lavarme los dientes sola. Acá me enseñaron todo lo que necesitaba para estar entera”, explica. El uso de la computadora fue otro paso enorme en su independencia. Con un lector de pantalla llamado NVDA- NonVisual Desktop Access, es un lector de pantalla gratuito y de código abierto para Windows- , empezó a tomar apuntes y estudiar de forma autónoma. Hoy cursa tercer año de abogacía en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, sin necesidad de acompañantes.
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Mariela, una de sus docentes, la tuvo desde el segundo grado en clases de braille, orientación y movilidad. Asegura que Valentina también fue su maestra. “Todo lo que aprendí en la práctica lo aprendí con ella. Me enseñó más de lo que yo le enseñé a ella. Buscamos juntas herramientas digitales, probamos aplicaciones. Ella me ayudó a enseñar mejor a otros chicos”, contó.
La relación entre ellas se volvió entrañable. El vínculo afectivo con todo el equipo docente perdura. “Siempre la invitan a los actos, la tienen presente. Sus propios compañeros le piden que vuelva. Acá es una más”, comentan desde la institución. Esa permanencia afectiva explica por qué Valentina sigue volviendo.
La independencia siempre fue su norte. A los cinco años comenzó a salir con el bastón y a planear recorridos: del colegio al shopping, del centro a la plaza. “Me costaba pedir ayuda. Aprendí de a poco. Aprendí a cruzar calles, a hablar con el chofer del colectivo, a mover el bastón como corresponde”, señala. También descubrió aplicaciones que leen cartas de menú o describen imágenes. Fue ella misma quien las compartió con sus docentes.
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Además de estudiar, entrena en un gimnasio para mujeres. “Conocí el lugar por Instagram, me gustó. Me sentí cómoda desde el primer día”, afirma. También se interesa por el derecho penal y la psicología forense, y ya piensa en el futuro: “Mi mamá me decía que yo iba a ser abogada. Yo quería psicología. Al final, me enamoré de las materias de derecho”.
“Siempre estuve en movimiento. Me gusta nadar, correr, hacer tela. Siempre hice algo. Y si algo no existe, lo busco. Me gusta encontrar las formas”, dice. Su historia es la de una joven que no se queda esperando que el mundo se acomode a su medida, sino que lo transforma.









