Más de cuatro millones de chicos sufren hambre en Argentina y la mayoría tiene padres que trabajan

Actualidad10/07/2025REDACCIÓNREDACCIÓN
Pobreza y hambre afecta a los niños foto ilustrativa fuente Freepik
Pobreza y hambre afecta a los niños foto ilustrativa fuente Freepik

La inseguridad alimentaria avanza en la infancia argentina y expone una crisis estructural que se profundiza con la coyuntura económica. Según un informe del Barómetro de la Deuda Social de la UCA, más de 4 millones de niños, niñas y adolescentes no acceden a una alimentación diaria suficiente. Lo alarmante: tres de cada cuatro viven en hogares con adultos que trabajan.

El estudio registra que el 35,5 % de los chicos atravesó inseguridad alimentaria entre 2022 y 2024, y que el 16,5 % la sufrió de manera severa. Esa última categoría indica situaciones donde se reduce la cantidad de comida diaria o directamente se omite por completo. “La inseguridad alimentaria en la infancia es un problema estructural agravado por crisis coyunturales”, sostiene el informe.


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El crecimiento del hambre infantil impacta de manera directa en el cuerpo, la mente y el entorno de los chicos. Las consecuencias se manifiestan en el rendimiento escolar, el estado emocional y el crecimiento físico. También afecta los vínculos familiares y las rutinas de crianza. “El hambre no es solo física. También es afectiva, lúdica y cognitiva”, advierte la socióloga Ianina Tuñón, una de las autoras del informe.

El problema se agrava en los hogares monoparentales, numerosos, pobres y con empleo informal o precario. “El trabajo informal o precarizado es la variable más importante en términos de factor asociado a la inseguridad alimentaria”, explica Tuñón, que señala la baja productividad como un límite central para generar ingresos en esos sectores.

El informe observa que entre 2010 y 2024 el porcentaje de hogares afectados creció del 32 % al 51 %, con picos en 2018, 2020 y 2024. El impacto varía según la región: el Área Metropolitana muestra índices más altos que el interior del país. También se destaca el aumento del fenómeno en sectores de clase media baja que antes no presentaban este tipo de carencias.


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Las políticas sociales como la AUH y la Tarjeta Alimentar tienen un efecto protector, pero resultan insuficientes. “Estas transferencias ayudan, pero no garantizan una canasta alimentaria completa”, sostiene el documento. A pesar de las actualizaciones, el costo de los alimentos y la falta de empleo de calidad impiden que el auxilio estatal logre revertir la situación.

El informe indica que el 14,8 % de los chicos sufrió hambre de forma crónica en los últimos tres años. Otro 9,2 % experimentó un empeoramiento, mientras que apenas el 44,5 % logró mantenerse fuera de la inseguridad alimentaria durante todo el período relevado. Esto demuestra que el fenómeno es dinámico y atraviesa distintas capas sociales.


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En muchos hogares, el aumento de adultos trabajando no se traduce en mejoras. “Más personas produciendo no necesariamente significan más ingresos. Esto marca un proceso recesivo”, analiza Tuñón. El empleo no registrado, los trabajos esporádicos y los ingresos variables configuran un escenario de enorme vulnerabilidad estructural.

El círculo es difícil de romper: la falta de comida impacta en la crianza, el aprendizaje y las oportunidades futuras. “El estrés, la mala alimentación y la precariedad afectan también los estímulos emocionales y cognitivos. No hay cuentos, ni canciones, ni juegos. Solo supervivencia”, concluye Tuñón. En Argentina, el hambre infantil ya no se explica solo con el desempleo.

Fuente: UCA, informe, Infobae, Clarín

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