La Corte liberó a un cura condenado por abuso y silenció a todas las víctimas

Actualidad14/07/2025Sergio BustosSergio Bustos
Abuso sexual
Abuso sexual.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación decidió que el tiempo de la justicia ya pasó. Sobreseyó al ex sacerdote Justo José Ilarraz, condenado a 25 años de prisión por abusar sexualmente de siete chicos en un seminario de Entre Ríos. No dijo que era inocente. Dijo que ya era tarde.

La sentencia no niega los abusos. Los reconoce y los deja impunes. La Corte aplicó la prescripción y liberó al cura de su prisión domiciliaria. “Ilarraz es culpable, pero queda libre por prescripción”, afirmó Hernán Rausch, una de las víctimas, en Radio Plaza.

La Corte Suprema instaló un nuevo límite: el tiempo. No importa si el abuso existió, si hubo condena, si el victimario admitió los hechos o si la Iglesia lo expulsó. Si pasó demasiado tiempo, la denuncia no sirve. No hay juicio posible. No hay reparación. No hay condena.

Justo José Ilarraz abusó de chicos de entre 12 y 14 años mientras era prefecto de disciplina en el seminario de Paraná. Era la autoridad. Tenía poder. Disponía de silencio institucional y de la obediencia religiosa. El daño fue profundo y sostenido. La impunidad también.


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En 2012, tras décadas de silencio, las víctimas hablaron. La justicia entrerriana escuchó. Juzgó. Condenó. En 2018, Ilarraz recibió 25 años de prisión. Cumplía arresto domiciliario. Desde ahora, ni eso. Está libre. No por inocente. Por el reloj.

La sentencia de la Corte abre la puerta a que muchos otros casos se desarmen. Hay más de quince expedientes en trámite que esperaban esta definición. Con este precedente, se caen. La interpretación es clara: si la denuncia llega tarde, no hay justicia posible.

Las agrupaciones de víctimas denuncian un fallo que calla. Ya no se trata solo de la Iglesia. Ya no se trata solo del pasado. Se trata del derecho actual a denunciar. A relatar lo sufrido. A pedir justicia. A no quedar atrapadas en el tiempo.

El fallo también pone en jaque el concepto de reparación simbólica. Si el abusador no puede ser juzgado ni condenado, ¿qué lugar ocupa el relato de la víctima en el sistema judicial? El silencio judicial se transforma en complicidad.

La decisión judicial revierte lo construido socialmente desde el #NiUnaMenos y el #MeToo. Retrotrae la comprensión de los abusos a épocas donde el silencio era obligatorio. Donde hablar implicaba quedar sola. Donde nadie escuchaba.


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Los abusos sexuales no son delitos comunes. Dejan marcas profundas. Afectan a menores de edad. Ocurren bajo manipulación, poder o amenaza. La demora en denunciarlos no es caprichosa. Es parte del trauma. Parte del miedo. Parte del proceso.

Hasta ahora, el Congreso había reconocido esa particularidad. Las leyes ampliaron los tiempos. Permitieron denunciar incluso en la adultez. Pero la Corte se atajó en un artículo del Código Penal viejo. Optó por una lectura técnica. No ética.

La decisión va más allá de Ilarraz. El máximo tribunal eligió un criterio que favorece a todos los condenados por abuso que esperaban una salida procesal. Los victimarios tienen ahora una herramienta más para eludir el castigo.

Las consecuencias también son sociales. Si hablar no sirve para conseguir justicia, muchas personas no hablarán. No contarán. No advertirán a otros. Volverán al encierro, al aislamiento, al miedo.

La Corte dio un mensaje: el abuso prescribe, el dolor no. El abuso se borra, el trauma queda. La palabra llega tarde, la justicia también. Y cuando lo hace, en vez de abrazar a la víctima, la empuja de nuevo al silencio.


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Las organizaciones que luchan contra los abusos en ámbitos religiosos, educativos y deportivos denuncian un efecto dominó. Muchos juicios abiertos podrían cerrarse. Muchas denuncias podrían archivarse. Muchas víctimas podrían callar antes de empezar.

La Corte, integrada hoy solo por varones, desoyó el legado de las juezas que supieron interpretar la violencia sexual como fenómeno estructural. No solo faltan mujeres en el tribunal. Falta su mirada. Falta su experiencia. Falta su compromiso.

El retroceso no es solo legal. Es simbólico, cultural y social. La Corte no solo dejó libre a un cura condenado. Dejó sin voz a quienes sufrieron lo mismo. Y marcó una frontera: “Si hablás tarde, ya no vale”.

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