

Hace unos 8.200 años, el planeta sufrió un colapso inesperado. Las temperaturas cayeron hasta seis grados en pocas décadas, alterando la vida de comunidades humanas desde el Atlántico hasta Siberia.


El fenómeno, conocido como “evento de 8,2 kiloaños”, fue provocado por el colapso de un enorme lago en América del Norte que modificó las corrientes oceánicas. Los inviernos se volvieron más largos, los veranos más secos y los ecosistemas cambiaron de manera abrupta.
En Noruega, los registros muestran que las poblaciones costeras resistieron e incluso aumentaron. El mar fue la despensa estable que sostuvo a las comunidades gracias a la pesca y a los mariscos, menos vulnerables al frío.
En Escocia, la historia fue distinta. Varias zonas costeras parecen haber sido abandonadas, mientras grupos humanos se replegaron hacia el interior en busca de recursos más seguros.
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El caso de Siberia sorprendió a los investigadores. En las orillas del lago Baikal no se registraron migraciones ni colapsos demográficos, pese a los incendios forestales y cambios en la vegetación. La abundancia de peces y focas, junto al microclima del lago más profundo del mundo, garantizó la subsistencia.
Un hallazgo singular apareció en el lago Onega, en Rusia. Allí se erigió un cementerio monumental que coincidió con el inicio y final del evento. No fue un lugar de mortandad, sino un espacio simbólico que probablemente reforzó la cohesión social frente a la incertidumbre.
El estudio, publicado en Quaternary Environments and Humans, remarca que la humanidad respondió de manera diversa. Algunos grupos migraron, otros se reorganizaron y muchos apelaron a rituales y símbolos colectivos como estrategia de resistencia.
Los investigadores advierten que hoy, en pleno cambio climático, la comparación es inevitable. “Cada comunidad encontró su manera de sobrevivir a una catástrofe global”, recuerdan, aunque subrayan que las sociedades actuales dependen de cadenas globales más frágiles.
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El evento de hace 8.200 años se convirtió en un laboratorio natural sobre la resiliencia humana. La historia enseña que la adaptación es posible, pero también que cada crisis deja un camino distinto y no siempre previsible.

















