

En el extremo occidental de Brasil, donde la selva amazónica domina el paisaje y la ganadería fue durante décadas la base económica, una nueva semilla está cambiando el rumbo del estado de Acre: el café. Pequeños productores agrupados en cooperativas comenzaron a cultivar el llamado robusta amazónico, una variedad adaptada a la humedad tropical que promete abrir mercados internacionales y fortalecer la economía local.


“Estamos apenas en el primer año y medio de trabajo con el café, pero ya vemos resultados muy prometedores”, explicó Manoel Monteiro, director financiero de la cooperativa CooperLibre y superintendente de Cooperacre, una red que reúne a más de un centenar de productores de frutas tropicales. Monteiro asegura que el cambio hacia el café es más que una cuestión de rentabilidad: representa un nuevo modelo de producción sustentable para la Amazonia brasileña.
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Hasta hace poco, los agricultores familiares de Acre destinaban sus tierras principalmente a la cría de ganado o a cultivos de frutas como piña y maracuyá. Sin embargo, el café comenzó a destacarse por su mayor rendimiento económico y menor impacto ambiental. Según Monteiro, “el café puede ofrecer una renta 10 o 12 veces superior por hectárea en comparación con la ganadería”, lo que explica la rápida expansión de las nuevas plantaciones.
El proyecto cuenta con el acompañamiento técnico de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), que aporta capacitación y asesoramiento sobre manejo sanitario, fertilización y control de humedad. “Sabemos que exige conocimientos técnicos y certificaciones, por eso estamos aprendiendo con expertos del sector”, señaló Monteiro, quien adelantó que las cooperativas planean comenzar las primeras exportaciones a partir de 2027.
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A pesar de la baja altitud de Acre —apenas 150 metros sobre el nivel del mar—, los suelos fértiles compensan la falta de altura típica de las zonas cafetaleras tradicionales. “Todo lo que se planta aquí da fruto. Tenemos una tierra abundante y muy productiva”, afirmó el dirigente cooperativo. En algunas fincas ya se registran rendimientos de más de 120 sacos por hectárea, una cifra significativa para una región sin tradición cafetera.
El clima cálido y húmedo presenta desafíos, especialmente por la aparición de hongos y plagas. Por eso, las cooperativas enfatizan la necesidad de mayor acompañamiento técnico y vigilancia fitosanitaria. Monteiro considera que la clave para posicionar el robusta amazónico será garantizar una producción consistente y certificada, con estándares internacionales de calidad.
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“Uno de mis sueños es ver el café amazónico reconocido entre los mejores del mundo. Pero eso empieza desde el campo, con cuidado y compromiso”, expresó el dirigente. Para los productores, el proyecto no significa abandonar sus cultivos tradicionales, sino diversificar de manera sustentable la economía rural y ofrecer nuevas fuentes de ingreso para las familias del interior amazónico.
Con el impulso de las cooperativas y el creciente interés de los mercados internacionales por productos sostenibles, Acre comienza a perfilarse como un nuevo polo cafetero en la región norte de Brasil. Lo que hace unos años parecía una apuesta incierta hoy se proyecta como un modelo de transformación económica y social en la Amazonia, donde el café podría convertirse en sinónimo de progreso y equilibrio ambiental.


















