


Mendoza despidió a un hijo ilustre. Carlos Tomba falleció en Godoy Cruz, a los 78 años. La noticia generó tristeza entre sus compañeros, familiares y todos aquellos que admiraron su valentía durante la Guerra de Malvinas.
Tomba ingresó en la historia nacional por decisión propia. En 1982, mientras cursaba estudios en la Escuela Superior de Guerra, pidió participar del conflicto armado y se sumó como voluntario. Su intención fue clara: defender la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas.
Desde la base Cóndor en Goose Green, pilotó misiones de alto riesgo con un avión Pucará, en pistas precarias y con poco combustible. El 21 de mayo, enfrentó un ataque británico en San Carlos. Un Sea Harrier perforó el ala de su avión, pero logró maniobrar y eyectarse.
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El paracaídas lo salvó y aterrizó sobre turba. Un helicóptero argentino lo rescató en condiciones adversas. Días más tarde, las tropas británicas lo capturaron y lo convirtieron en prisionero de guerra.
Durante el cautiverio, Tomba compartió un espacio mínimo con otros soldados argentinos. El grupo soportó falta de comida, agua y noticias del exterior. “No sabíamos qué iba a pasar”, recordó tiempo después. En ese contexto, Tomba lideró, sostuvo la moral del grupo y organizó recursos para sobrevivir.
El 14 de julio de 1982, la liberación lo reencontró con su país. A partir de entonces, su vida giró alrededor del servicio, la memoria y el testimonio. Continuó su carrera en la Fuerza Aérea y recibió la medalla “La Nación Argentina al Valor en Combate”.
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En Mendoza, participó de acciones solidarias y charlas educativas. Integró la Federación Cuyana de Veteranos y fundó el espacio “Del Corazón a las Palabras”, donde narró su experiencia con emoción, orgullo y compromiso.
Carlos Tomba dejó una marca profunda. Su historia une el coraje del combate con la humildad del servicio. Su figura permanece en cada homenaje a Malvinas y en cada lección de dignidad.
Fuente: El Observador







