Arqueología: “Dime cómo te entierran y te diré quién fuiste”

Actualidad23/04/2025Sergio BustosSergio Bustos
tumbas
La arqueología sigue aportando novedades.

Las tumbas no solo conservan cuerpos. También guardan símbolos, objetos y formas de entender la vida y la muerte. Cada enterramiento refleja una visión del mundo.

Los arqueólogos estudian las tumbas como si fuesen libros abiertos. En cada detalle aparece una pista sobre cómo funcionaban las sociedades que las construyeron.

Un entierro dice más de lo que parece. La posición del cuerpo, el tipo de tumba y los objetos que lo acompañan revelan estructura social y espiritualidad.

Las tumbas monumentales indican poder. Las más simples, austeridad. Esa diferencia permite reconstruir las jerarquías de cada época.

Las tumbas egipcias son ejemplos extremos. Grandes pirámides, momificación y textos sagrados muestran cómo los antiguos concebían el más allá.

El Antiguo Egipto preparaba a sus muertos para otra vida. Los faraones eran embalsamados y enterrados con todo lo necesario para continuar su existencia.

Los mayas también acompañaban a sus muertos. Ofrecían alimentos, joyas y objetos que ayudaban en el tránsito espiritual.


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En la Grecia antigua predominaba la cremación. Quemaban los cuerpos y colocaban las cenizas en urnas que depositaban en tumbas familiares.

Roma combinaba prácticas. Algunos elegían inhumación, otros cremación. Las modas y creencias marcaban el tipo de despedida.

La Europa cristiana enterraba cerca de iglesias. Esa cercanía garantizaba protección espiritual y reflejaba fe en la salvación.

La ubicación de una tumba también importa. Una sepultura en el centro de una comunidad señala prestigio o liderazgo.

Los ajuares funerarios aportan datos sobre el rol social. Armas, herramientas, joyas o juguetes infantiles marcan funciones, edades y géneros.

El análisis de las tumbas muestra diferencias entre hombres y mujeres. En algunas culturas, los varones llevaban armas. Las mujeres, adornos o elementos domésticos.

La tumba vikinga de Birka cuestionó esas reglas. Allí apareció una guerrera enterrada con armamento, lo que obligó a revisar ideas sobre género y poder.


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Los niños también revelan concepciones sociales. Algunos eran enterrados con miniaturas de juguetes. Otros, sin objetos, como si no hubieran alcanzado un lugar pleno.

Los objetos encontrados hablan por sí mismos. Un anillo, un cuenco o una moneda pueden cambiar por completo una interpretación.

Las sociedades guerreras dejaban huellas claras. Barcos, espadas y escudos indicaban estatus y poderío militar.

Las culturas igualitarias tenían ajuares más modestos. Eso sugiere una distribución más pareja de los bienes y un menor peso de la clase social.

Los huesos también cuentan historias. La forma, el desgaste y las marcas permiten conocer la dieta, el trabajo y la salud de quien los portó.

Una buena alimentación deja rastros. La calidad ósea mejora. La resistencia a enfermedades se fortalece.

Las crisis dejan marcas físicas. Hambre, enfermedades o trabajos duros desgastan los cuerpos. Las tumbas reflejan esos momentos difíciles.

Las enfermedades también aparecen en los restos. Casos antiguos de tuberculosis, sífilis u otras afecciones ya fueron identificados por la ciencia.

La genética revolucionó el estudio de las tumbas. El ADN extraído de los huesos permitió rastrear migraciones y conexiones antes desconocidas.


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Algunas culturas se contactaron sin dejar documentos. Los genes lo registraron. La ciencia los recuperó siglos después.

Cada tumba es una cápsula del tiempo. Permite entender cómo vivían, qué creían y cómo se organizaban las comunidades antiguas.

Los ritos funerarios explican mucho más que una despedida. Reflejan el lugar que el muerto ocupó en su sociedad.

Las tumbas no son solo finales. También son comienzos para una lectura del pasado desde la evidencia.

Un enterramiento sencillo puede ser clave. Lo que parece humilde puede esconder una historia trascendente.

Las civilizaciones dejaron su huella en sus muertos. A través de ellos podemos reconstruir las ideas y costumbres que los guiaron.

La muerte, estudiada desde la arqueología, nos acerca a la vida. Las tumbas antiguas no son silenciosas. Hablan. Y cuando escuchamos, aprendemos.

   

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