


El cáncer también puede heredarse. Hay personas con mayor riesgo genético de desarrollar tumores. Esa información genética puede encontrarse, analizarse y usarse para decidir tratamientos más efectivos. En algunos casos, puede prevenirse la aparición de la enfermedad. En otros, puede cambiarse su curso. “El estudio genético es un eslabón necesario para tratar y seguir a los pacientes”, explicó Silvia Ávila, médica genetista.
El 15% de los cánceres tiene origen hereditario. Hay señales que pueden encender la alarma: diagnósticos a edades tempranas, presencia del mismo tipo de tumor en varios familiares, tumores bilaterales o múltiples, y antecedentes de distintos cánceres relacionados entre sí. Esos datos, junto con un análisis genético, permiten establecer un diagnóstico de cáncer heredofamiliar.
Silvia Ávila trabaja en Neuquén. Fue jefa del servicio de Genética en el Hospital Castro Rendón y fundó la residencia en Genética Médica. Hoy solo hay cuatro profesionales en toda la región. También es decana de la Facultad de Medicina de la Universidad del Comahue desde 2022. “De genética somos cuatro”, relató. Atiende en forma presencial y virtual, con pacientes de todo el país.
Los estudios genéticos permiten personalizar tratamientos. Antes, servían para saber si el cáncer podía repetirse en la familia. Ahora, sirven para modificar las decisiones clínicas. “Aparecen tratamientos dirigidos a cambios genéticos específicos”, detalló Ávila. Esos tratamientos no solo mejoran el pronóstico, sino que también reducen la agresividad de las terapias.
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El componente genético puede multiplicar por diez el riesgo. En personas con predisposición hereditaria, las probabilidades de desarrollar cáncer aumentan significativamente. La clave está en detectarlo a tiempo y anticiparse. Los análisis no son invasivos y su utilidad es concreta. “Eso cambia el transcurso de la enfermedad”, afirmó la especialista.
Los casos de cáncer de mama en mujeres jóvenes son un ejemplo. Si una paciente menor de 35 años tiene un tumor, el análisis genético puede revelar una mutación hereditaria. En ese caso, se indica una cirugía preventiva. Si no hay mutación, se opta por una operación menos agresiva. “Son dos caminos distintos si es portadora o no”, explicó.
Los tratamientos se vuelven cada vez más personalizados. Cuanto más se conoce al tumor y a la paciente, mejores son los resultados. Se logra una mayor precisión, menos efectos adversos y una recuperación más rápida. El conocimiento genético no reemplaza a la medicina tradicional, pero la potencia. La complementa. La mejora.
La cobertura del estudio genético está garantizada. En general, lo cubren las obras sociales y hospitales públicos. La demanda aumentó. Ávila recibe entre 30 y 40 consultas por mes. La mayoría de sus pacientes llegan derivados por otros médicos. Otros llegan porque ya tienen antecedentes familiares. Algunos consultan sin síntomas, solo por prevención.
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Los comités médicos analizan cada caso. Se trata de decisiones colectivas. Oncólogos, genetistas, cirujanos y especialistas en imágenes trabajan juntos. Se conforman comités locales, pero también nacionales. “Discutimos cada caso en equipo”, contó la médica. El trabajo interdisciplinario es esencial para lograr un diagnóstico integral y una estrategia terapéutica más eficaz.
El objetivo es formar equipos de genética en cada hospital oncológico. La meta es ambiciosa. Requiere inversión, formación y voluntad política. Hoy no hay suficientes especialistas. La demanda crece. La necesidad también. La genética es una herramienta clave para combatir el cáncer. Pero necesita apoyo institucional para alcanzar a toda la población.
Un caso concreto demuestra el impacto del análisis genético. Un paciente joven fue diagnosticado con cáncer colorrectal. Los médicos detectaron una mutación en el gen BRCA2. Esa información permitió advertir que sus hermanas eran portadoras de un alto riesgo de cáncer de mama y ovario. Ambas comenzaron un seguimiento intensivo.
El resultado fue contundente. Las dos hermanas, jóvenes, recibieron controles regulares. Cuando completaron su vida reproductiva, se les ofreció una cirugía de ovarios y trompas. Esa decisión bajó drásticamente su riesgo. La genética salvó esas vidas antes de que la enfermedad aparezca.
El Estado supo tener un programa para estos casos. El Programa Nacional de Cáncer Familiar (Procafa) funcionaba dentro del Instituto Nacional del Cáncer. Permitía detectar a tiempo los casos de alto riesgo. También asesoraba a las familias y capacitaba a profesionales. “Ese programa se discontinuó”, denunció Ávila. El gobierno actual decidió cerrarlo.
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La decisión dejó un vacío. Muchos pacientes quedaron sin red de contención. Los hospitales perdieron recursos. Los equipos quedaron aislados. La estrategia nacional se desmanteló. Hoy, las acciones quedan en manos de médicos individuales o instituciones comprometidas. La prevención del cáncer no puede depender de voluntades aisladas.
Los estudios genéticos deben estar disponibles para todos. El acceso a esa información no puede ser un privilegio. Debe ser un derecho. Permite salvar vidas, evitar tratamientos innecesarios y anticiparse a lo peor. Su costo es bajo si se lo compara con los tratamientos tardíos. Su impacto es alto.
La medicina del futuro ya llegó. No se trata de ciencia ficción. Se trata de estudios simples, decisiones informadas y tratamientos precisos. El conocimiento del ADN permite escribir otro final. Uno sin quimioterapia. Uno sin quirófano. Uno sin tumores. Pero para eso, hay que actuar a tiempo.
En la actualidad, los datos valen más que nunca. Cada análisis genético es una llave. Abre puertas. Muestra caminos. Advierte peligros. Permite elegir. El conocimiento genético es poder. Y ese poder debe estar en manos de todos.
La genética es una herramienta médica, no un lujo. No debe quedar encerrada en laboratorios o universidades. Debe llegar a los barrios, a los hospitales, a las salas de espera. El cáncer no espera. Y tampoco perdona los errores del sistema.
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Los avances en genética oncológica son reales. Ya se aplican tratamientos dirigidos a genes específicos. Ya se evitan cirugías radicales innecesarias. Ya se salvan vidas gracias a estudios preventivos. Lo que falta es decisión política. Lo que falta es apoyo institucional.
Silvia Ávila lo explica con claridad. “Cuanto más datos tenemos de la paciente y del tumor, más preciso es el tratamiento”. No es una promesa. Es una realidad. Ya funciona. Ya da resultados. Solo necesita ser sostenido y ampliado.
El cáncer puede heredarse, pero también puede evitarse. Esa es la novedad. Esa es la esperanza. Y también es la responsabilidad. Conocer la genética de un tumor puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
El país ya tenía un programa modelo. Lo desfinanciaron. Lo cerraron. El sistema quedó fragmentado. Los pacientes también. Pero los médicos siguen. Las consultas aumentan. La demanda se sostiene. La genética resiste. La prevención no espera.
La formación de profesionales es urgente. No alcanza con cuatro especialistas para todo el sur argentino. Hace falta una política pública de salud genética. Hace falta decisión. Hace falta escuchar a quienes ya lo vienen haciendo.
La medicina personalizada no es un privilegio. Es el único camino posible ante enfermedades complejas como el cáncer. No alcanza con tratamientos universales. No alcanza con estadísticas. Cada persona es única. Cada tumor también. Y eso exige precisión.
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El análisis genético es parte del tratamiento. No se puede postergar. No se puede negar. No se puede ignorar. Es un derecho de cada paciente. Es una herramienta del sistema. Es una obligación del Estado.
La historia de Silvia Ávila es una historia de compromiso. Pero también es un llamado de atención. No alcanza con médicos valientes. Se necesita un sistema que los respalde. Un país que priorice la salud. Un gobierno que no abandone la prevención.
Hoy la ciencia está lista. La medicina también. Los pacientes lo necesitan. Falta que las decisiones acompañen. Falta que se entienda: la genética no es el futuro, es el presente.
FUENTE: Diario Río Negro







