


Una pirámide helenística emergió de la arena del desierto de Judea. El hallazgo sorprendió a los arqueólogos por su tamaño, conservación y contenido cultural inesperado. Estuvo oculta por más de dos milenios bajo piedras y polvo.


La estructura tiene más de 2.200 años de antigüedad. Fue localizada cerca del Nahal Zohar, al sur de Israel, en las colinas próximas al mar Muerto. Su descubrimiento reescribe la cronología del asentamiento regional.
Parece un simple montón de piedras, pero no lo es. Debajo, los arqueólogos encontraron bloques tallados a mano y una arquitectura sofisticada. La pirámide revela una planificación con propósito aún desconocido.
El equipo de excavación pertenece a la Autoridad de Antigüedades de Israel. Participa también el Ministerio de Patrimonio en un proyecto que busca proteger el desierto de los saqueos y recuperar su historia perdida.
La pirámide sobresale seis metros sobre la colina. Desde allí domina un tramo estratégico del camino que unía Edom con Gaza, ruta clave para el comercio de sal y betún del mar Muerto.
Los arqueólogos no saben aún si era una tumba, una fortaleza o un templo. La función original sigue sin confirmarse. Algunos creen que controlaba el paso de caravanas y recaudaba impuestos.
El hallazgo incluye monedas de las dinastías ptolemaica y seléucida. Están perfectamente conservadas. Indican una ocupación prolongada o un uso intenso del lugar durante varias décadas del período helenístico.
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Los papiros hallados están escritos en griego. Su conservación fue posible gracias al clima seco. Podrían contener registros fiscales o documentos comerciales. Eso haría al sitio aún más importante para la historia antigua.
También se encontraron herramientas de madera, agujas, tejidos y muebles. Todos los objetos muestran una sorprendente combinación de estilos orientales y griegos. Indican una convivencia cultural activa.
La pirámide pudo ser una “cleruquía”. Estos puestos eran otorgados a soldados griegos retirados para que se instalaran en colonias fronterizas y protegieran el territorio. Era una estrategia común en la época ptolemaica.
La mezcla cultural se nota en cada objeto recuperado. Los textiles, por ejemplo, combinan patrones helenos con técnicas semitas. Eso demuestra una interacción diaria entre pueblos diversos.
El sitio pudo ser reutilizado por los romanos siglos después. Una tumba posterior fue identificada en el mismo lugar. Aparecieron restos humanos y ofrendas rituales. Alguien eligió ser enterrado allí.
La reutilización podría deberse a un terremoto o una guerra. Los macabeos, por ejemplo, enfrentaron a los seléucidas en esa zona. Las revueltas armadas marcaron esa etapa de la historia.
No se sabe aún quién fue sepultado en la segunda ocupación. Podría haber sido un oficial romano, un líder local o alguien que reconocía el valor simbólico del sitio. Todo sigue bajo investigación.
Cada hallazgo plantea nuevas preguntas. La arquitectura, los objetos y los textos obligan a revisar ideas sobre la vida helenística en Judea. La historia no era como se pensaba.
Este descubrimiento reubica la cronología de la zona. Se creía que pertenecía a la era del Primer Templo, pero la evidencia apunta al siglo III a.C. Eso modifica todo el mapa arqueológico.
La excavación involucró a cientos de voluntarios. Participaron estudiantes, jubilados, técnicos y arqueólogos. El trabajo comunitario fue clave para rescatar la memoria enterrada.
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Tecnología de punta apoyó cada fase del proyecto. Drones, escáneres 3D, rappel y conservación avanzada permitieron recuperar miles de piezas sin dañarlas. El trabajo fue meticuloso.
La pirámide de Nahal Zohar es solo el inicio. Se esperan nuevas revelaciones cuando se analicen los papiros y los objetos orgánicos. La vida cotidiana helenística podría quedar al descubierto.
El entorno es árido e inhóspito. Pero ese aislamiento ayudó a preservar restos arqueológicos en estado único. El desierto guarda secretos.
Los investigadores creen que aún hay más por descubrir. Las colinas del sur de Judea podrían esconder otras construcciones similares. Este fue apenas un golpe de suerte.
La ruta del mar Muerto era vital para el comercio. Betún y sal eran recursos estratégicos. El control del paso significaba poder económico y político.
La pirámide ofrece una nueva visión sobre Judea helenística. No era solo una zona de paso, sino un espacio de tensiones, riqueza y cultura compartida. La historia es más compleja de lo pensado.
Las monedas halladas relatan los cambios de poder. Pasan de Ptolomeos a Seléucidas. Marcan las disputas por el control territorial. Cada moneda guarda un relato político.
Los objetos revelan formas de vida sofisticadas. No se trataba de un puesto improvisado. Era un enclave organizado, con presencia prolongada. Había estructura social.
Los textiles permiten inferir modas, hábitos y jerarquías. Las combinaciones indican mestizaje, adaptación y creatividad. Eso habla de personas reales, no solo soldados.
Los arqueólogos buscan ahora nuevas fechas. El carbono 14 y otros análisis permitirán cerrar los rangos temporales. La precisión es fundamental para reconstruir la historia.
El hallazgo fue inesperado. Pero la dedicación del equipo hizo posible cada avance. La ciencia avanza con paciencia.
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La pirámide sobrevivió saqueos, tormentas y siglos de abandono. Pero ahora vuelve a hablar. Y su voz cambia el relato sobre Judea.
Bajo el polvo, la historia sigue viva. Solo hace falta saber dónde mirar. Y alguien finalmente miró donde debía.








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