



Las anclas de los barcos están arrasando el fondo marino de la Antártida. Las primeras imágenes registradas en 4K muestran daños graves en especies milenarias y ecosistemas únicos, invisibles para el ojo humano pero esenciales para el equilibrio del océano Austral.


Investigadores documentaron surcos, sedimentos removidos y colonias destruidas. El daño ocurre cuando los cruceros fondean en zonas costeras sin control. La actividad turística, cada vez más frecuente, pone en riesgo la biodiversidad bentónica del continente blanco.
Las imágenes submarinas revelaron la magnitud del problema. Las cadenas de anclaje dejan marcas profundas en el lecho marino. Esponjas, corales blandos y comunidades de organismos invertebrados son las víctimas más frecuentes de estas maniobras.
El puerto Yankee, en la península Antártica, mostró colonias de esponjas cactus completamente aplastadas. Estas especies no solo son longevas, sino también fundamentales para el ecosistema. Sirven de refugio, filtran agua y contribuyen al secuestro de carbono.
En las zonas afectadas, la biodiversidad desapareció casi por completo. A pocos metros, en áreas intactas, se registraron comunidades activas con estrellas de mar, peces, cefalópodos y otros organismos que dependen del sustrato marino.
Los científicos también observaron la redeposición de sedimentos fangosos. Este es un signo claro del arrastre de cadenas sobre el fondo. Los datos recogidos muestran que cada anclaje puede afectar hasta 200 metros de hábitat por maniobra.
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En el estudio se identificó a la esponja volcánica gigante, Anoxycalyx joubini, como una de las especies amenazadas. Este organismo puede vivir más de 15.000 años. Fue hallado a pocos metros de los sectores arrasados por las anclas.
La vida en la Antártida crece despacio, pero sufre daños en segundos. En aguas frías, la recuperación del lecho marino puede tardar más de cien años. Hay sitios que no muestran señales de regeneración después de siete décadas.
Durante la temporada 2022–2023, más de 70.000 turistas visitaron la región a bordo de 70 barcos. También se registraron 52 buques científicos y decenas de yates. El número exacto de fondeos continúa sin contabilizarse de forma pública.
Los investigadores usaron cámaras instaladas en barcos turísticos. La estrategia evitó interferencias y permitió observar el fondo en tiempo real. Así, grabaron 36 secuencias clave en zonas como la isla Georgia del Sur y el mar de Weddell.
El Sistema de Identificación Automática (AIS) sirvió para rastrear la actividad de ocho buques. Los datos confirmaron el daño acumulativo de cada fondeo. Solo en marzo de 2023 se afectaron al menos 1.600 metros de lecho marino.
Los autores del estudio compararon el anclaje con la pesca de arrastre. Ambas actividades dejan cicatrices físicas sobre el ecosistema. La diferencia radica en que el anclaje no se regula y pasa desapercibido para el público general.
La falta de normas genera un vacío legal que amenaza la conservación. No existen limitaciones claras para fondeos en hábitats sensibles. El turismo polar avanza sin un marco internacional que proteja efectivamente estos ecosistemas.
Las imágenes evidencian que el problema es serio y evitable. Ya existen tecnologías que permiten fondear sin anclas. El sistema de posicionamiento dinámico (DPS) y los puntos de amarre fijos son alternativas viables y conocidas.
Los expertos proponen una base de datos pública de fondeos. También piden zonas de exclusión en áreas con alta biodiversidad. La coordinación internacional es indispensable para implementar estos cambios antes de que el daño sea irreversible.
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Los organismos bentónicos tienen crecimiento lento y vida prolongada. Su vulnerabilidad frente al anclaje se potencia con la falta de movilidad. Una vez destruidos, estos hábitats tardan siglos en reconstruirse o desaparecen para siempre.
Las cadenas arrastradas no solo destruyen organismos. También remueven sedimentos y liberan carbono almacenado. Esto genera impactos invisibles en el clima global, además de la pérdida directa de biodiversidad en la región.
La Antártida se promociona como un destino ecológico. Pero la actividad turística está alterando ecosistemas prístinos. La contradicción entre discurso y práctica pone en duda la sostenibilidad de los viajes al extremo sur del planeta.
El daño no se ve desde la cubierta del barco. Mientras los turistas fotografían ballenas y pingüinos, el fondo marino sufre una transformación profunda que no se recupera al finalizar la temporada de cruceros.
La ciencia ofrece herramientas para mitigar estos impactos. Pero se requiere voluntad política y responsabilidad empresarial. Sin regulación, el turismo polar puede dejar una huella más profunda que la de sus neumáticos sobre el hielo.
Las imágenes grabadas en 4K son una advertencia clara. La Antártida no es indestructible. Su belleza y fragilidad deben protegerse con normas concretas, no solo con discursos y campañas promocionales vacías de contenido.
Los autores afirman que el anclaje es uno de los problemas más ignorados del océano global. Esta advertencia no puede seguir siendo ignorada por operadores turísticos ni por organismos internacionales de conservación.
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El fondo marino antártico guarda especies únicas en el mundo. Su pérdida no solo afecta a la región, sino también al conocimiento científico y a los equilibrios del planeta entero.
El turismo debe adaptarse al entorno. La preservación de ecosistemas no puede depender de decisiones voluntarias. Se necesita una normativa que regule, controle y sancione prácticas destructivas como el fondeo sin restricciones.
Cada cadena de ancla arrastra siglos de vida. Los surcos que deja no solo son físicos, también son morales. La conservación de la Antártida es una deuda pendiente que la humanidad no puede seguir postergando.









