


El 27 de febrero de 1812, una bandera celeste y blanca flameó por primera vez a orillas del Paraná. Manuel Belgrano dio la orden. Pero hubo alguien más que hizo posible ese símbolo: María Catalina Echevarría, la mujer que la cosió en silencio durante cinco días.

La historia oficial la dejó afuera. Su nombre no aparece en manuales, ni en efemérides escolares. Y sin embargo, su trabajo quedó en el corazón mismo del país.
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Tenía 29 años cuando cosió la bandera. Era hermana de Vicente Anastasio Echevarría, amigo íntimo de Belgrano. La casa familiar en Rosario alojó al prócer, que buscaba un símbolo para unificar a sus tropas. En ese cruce doméstico entre política y tela, María Catalina tomó hilo y aguja y empezó a tejer historia.
Usó paños de raso de seda blanca y celeste. Cortó, unió y remató con un flequillo dorado. Belgrano supervisaba cada detalle, ansioso. Dos vecinas colaboraron con la costura, pero sus nombres no sobrevivieron. Lo que sí sobrevivió fue esa bandera revolucionaria.
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Durante cinco días trabajaron en secreto. Sabían que lo que hacían no gustaba ni a los realistas ni al Primer Triunvirato. Pero siguieron igual. Sabían que el gesto era político, potente, fundacional.
El 27 de febrero, el estandarte se izó por primera vez. Belgrano estaba convencido. Catalina, también. Ella llevó la bandera con sus propias manos hasta el lugar del izamiento. Ese momento quedó inmortalizado en un vitral de la catedral de Rosario y en el bajorrelieve del Monumento a la Bandera.
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Su nombre casi no figura en los libros. Una calle rosarina la recuerda. También una escultura. Pero la historia aún le debe más.
Fue una mujer, fue invisible, fue esencial. Como tantas otras que ayudaron a construir un país y quedaron fuera del relato.
Fuente: Infobae









