
Relaciones sin raíces: cuando el amor se convierte en un síntoma de la época
Actualidad25/06/2025


Cada vez más personas viven el amor como una experiencia fugaz, sin tiempo para crecer ni espacio para el otro. Lo confirma Jacqueline Orellana Rosenberg, psicóloga, que advierte: “El deseo del otro nos incomoda porque nos recuerda que no somos completos”.

La dificultad para tolerar la falta está en el corazón del problema. La vida moderna propone inmediatez y gratificación constante. En ese marco, las diferencias que surgen en una pareja aparecen como amenazas. “Queremos que el otro no nos contradiga, no nos incomode, que fluya todo el tiempo. Pero eso no existe”, subraya la terapeuta.
En esta lógica emocional, el empoderamiento se vuelve armadura. “Nos mostramos completas, fuertes, invulnerables. Pero si no necesitás nada, ¿para qué sirve el otro?”, plantea Orellana. Las nuevas dinámicas parecen haber acorralado a las mujeres en un modelo rígido y a los hombres en una confusión emocional.
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“Ellos reclaman afecto, pero no saben cómo pedirlo. Y muchas mujeres repiten lo peor del viejo modelo masculino: la dureza, la frialdad, el mandato de no sentir”, explica la especialista. La paradoja es evidente: más independencia, menos encuentro real.
La psicóloga apunta también al mal uso del concepto de dependencia emocional. “Si te importa lo que hace tu pareja, ya sos dependiente. Pero somos humanos. El otro nos puede herir, y aún así necesitamos vincularnos”, dice.
La moda del autocuidado como respuesta a los vínculos fallidos también es puesta en cuestión. “Se volvió habitual el café sola el martes a la mañana. La soledad disfrazada de libertad está de moda. Pero sin el otro no se crece”, sostiene con firmeza.
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“En una pareja, si algo que hacés daña al otro, deberías pensarlo. Pero eso implica incomodarte. Y hoy no nos creemos capaces de incomodarnos”, agrega. El amor, según su mirada, no es confort. Es elegir, perder algo, ceder. No por debilidad, sino porque “nunca podemos con todo”.
“El amor resta”, recuerda citando a Gabriel Rolón. Es decir, implica dejar afuera otras posibilidades. Elegir A es no tener B. Y esa renuncia —lejos de ser negativa— permite construir un vínculo verdadero.
En tiempos donde todo debe fluir y nada puede doler, los vínculos profundos quedan fuera de juego. “Nos hacemos cada vez más vulnerables porque no soportamos el conflicto. Queremos amar sin dolor, y eso no existe”, remata.
Fuente: NA.









