
Cómo prevenir el hambre emocional en la infancia desde la alimentación cotidiana
Actualidad05/08/2025
REDACCIÓN
Entre los 5 y los 12 años se consolidan los hábitos que marcarán el vínculo con la comida durante toda la vida. En ese período, los niños adquieren mayor autonomía, eligen alimentos por gusto propio y atraviesan situaciones nuevas que activan emociones complejas. “El hambre emocional aparece cuando no se come por necesidad fisiológica, sino como respuesta a algo interno no resuelto”, explicaron desde el grupo PROFENI, especializado en nutrición infantil.


Acompañar a los chicos en este proceso no es solo ofrecer platos saludables. Se trata de enseñarles a registrar las señales de su cuerpo, descansar bien, moverse, disfrutar la comida y detenerse cuando ya no tienen hambre. “El niño debe ser sujeto activo en su alimentación, aprender a escucharse y a saberse satisfecho sin excesos”, sostuvo Sandra Nora Blasi, licenciada en Nutrición y jefa del Área de Alimentación del Hospital Garrahan.
El descanso cumple un rol determinante en este circuito. Dormir mal modifica las hormonas del apetito: disminuye la leptina, que avisa que ya se comió lo suficiente, y aumenta la grelina, que estimula el hambre. Esto genera irritabilidad, desconexión corporal y más posibilidades de comer sin necesidad, por ansiedad o aburrimiento.
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El entorno también influye: comer distraídos o tensos dificulta registrar la saciedad. Para Ana María Tamagnone, pediatra e integrante de PROFENI, “las rutinas estables de sueño y la posibilidad de jugar ayudan a descargar energía, mejorar el descanso y permitir que el niño disfrute la comida con más conciencia.” Cuando se cena rápido o frente a pantallas, ese espacio se pierde.
El yogur se destaca entre los alimentos que aportan saciedad sin excesos. Su textura cremosa y su contenido de proteínas, calcio y probióticos lo convierten en una opción versátil, que puede sumarse a frutas, cereales, semillas o incluso salsas y ensaladas. “Es práctico y completo, además de nutritivo”, señalaron desde la entidad.
La preparación compartida refuerza el vínculo positivo con la comida. Participar de la compra, elegir ingredientes, cocinar en familia o sentarse a la mesa sin pantallas fortalece la autoestima infantil, mejora la relación con el cuerpo y promueve elecciones más saludables. “Involucrarlos les da autonomía y conciencia”, remarcó la pediatra Ingrid Gerold.
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Los especialistas destacaron la necesidad de incluir educación alimentaria en la escuela. Aprender a leer etiquetas, conocer los nutrientes y comprender el efecto de los alimentos en el cuerpo permite tomar decisiones informadas. “La alfabetización alimentaria impacta en la salud física, mental y en la adherencia a tratamientos médicos”, agregaron.
Para contribuir a una alimentación saludable desde la infancia, se recomiendan platos coloridos, variados y ricos en fibra y proteína. Una tortilla de vegetales, un guiso de garbanzos, un wrap integral con atún o una sopa con semillas pueden ser opciones nutritivas y accesibles. También los snacks pueden ser sanos: huevo con hummus, tostadas con banana o yogur con frutas frescas.
La infancia no necesita dietas estrictas sino vínculos saludables con la comida. Reconocer cuándo hay hambre real, evitar comer por ansiedad y aprender a detenerse a tiempo son habilidades que se construyen desde casa y desde el aula, con presencia, tiempo compartido y contención emocional. “Sentarnos a la mesa y mirarnos a los ojos es también parte de una buena alimentación”, concluyeron desde PROFENI.
Fuente: NA.
















