
El incendio que marcó una generación: la madrugada que Madryn perdió su escuela politécnica y bachillerato
Mi Archivo16/11/2025
REDACCIÓN
La helada madrugada del 17 de junio de 1982 quedó grabada como una herida profunda en la historia educativa de Puerto Madryn. Ese día, alrededor de las 2.10, el humo comenzó a salir del edificio donde funcionaban la Escuela Politécnica Nº 3 “José Toschke” y la Escuela de Bachillerato Nº 10, dos instituciones que formaban a cientos de jóvenes del entonces pequeño entramado urbano.
Minutos después, el fuego avanzaba sin control.


A esa hora, las primeras alertas llegaron al Cuerpo de Bomberos Voluntarios, que se encontró con una escena que iba a cambiar el mapa escolar de la ciudad. Personal policial de la Seccional Sur, avisado por vecinos, llegó casi al mismo tiempo. La descripción que repitieron durante horas siempre fue igual: un incendio veloz, agresivo, alimentado por la estructura de madera y cartón del edificio construido décadas antes.
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Pese al trabajo constante y a la llegada de varias dotaciones, los bomberos solo pudieron evitar que las llamas se extendieran a inmuebles vecinos. El resto fue devastación. En menos de una hora cedieron techos, paredes y talleres; luego, el fuego avanzó sobre el salón de actos, las aulas y las oficinas administrativas. Para las primeras luces del día, en el amplio solar de las escuelas solo quedaban hierros retorcidos y chapas ennegrecidas.
El intendente Victoriano Salazar llegó al lugar en los primeros minutos. Desde allí se comunicó con el ministro de Gobierno y Educación de la provincia, Antonio Monje, quien dispuso el envío urgente de una comisión técnica. La situación era grave: no solo se había perdido un edificio escolar, sino también documentación, mobiliario, herramientas, laboratorios y todas las áreas destinadas a prácticas técnicas.

Durante ese mismo jueves se sucedieron reuniones en la Municipalidad. Funcionarios provinciales, directivos de ambas escuelas y autoridades educativas analizaron alternativas para evitar la interrupción del ciclo lectivo. La encargada de Educación y Cultura, Ileana B. Vilas, llevó tranquilidad y aseguró que el objetivo era que las clases continuaran sin demora.
Ese mismo día se resolvió que los cursos se trasladarían de manera provisoria al edificio del Consejo Provincial de Educación, en la calle Domecq García, y a escuelas primarias que pudieran ceder aulas en horario vespertino. La subsecretaria explicó que las clases se reorganizarían desde el día siguiente, y que los horarios se extenderían hasta las 22.30, e incluso hasta las 23 en situaciones excepcionales.
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Con el correr de las horas se fueron sumando diagnósticos más duros. La directora de la Escuela Nº 10, María Adelina Llorens, confirmó que se había perdido toda la documentación institucional, bibliotecas, diapositivas y materiales de proyección. La Politécnica, en tanto, se había quedado sin laboratorios ni equipamiento técnico.
El director de la Nº 3, Ernesto Hecker, fue directo: había que avanzar rápido, coordinar al personal docente y sostener la formación aun sin talleres. Anunció que, por el momento, los estudiantes trabajarían con actividades teóricas mientras se definía la reconstrucción.
El incendio desplazó a 330 alumnos, de los cuales 150 pertenecían al Bachillerato Nº 10. La ciudad respondió con una ola de solidaridad inmediata: la Asociación Cooperadora, fábricas locales y distintas instituciones ofrecieron materiales, herramientas y mano de obra para comenzar la reparación del edificio.

Una semana después, el 23 de junio de 1982, las clases se reanudaron oficialmente en las nuevas sedes temporarias. La ceremonia se realizó en la Escuela Nº 49, en el Barrio Roca, con la presencia del intendente, docentes, padres y estudiantes. Allí, Hecker pidió no ceder ante la adversidad y remarcó: “Debemos seguir trabajando y solo así lograremos para la escuela todo lo que necesita”.
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Mientras tanto, la provincia aceleraba los planes de construcción del complejo educativo que, según se anunció entonces, permitiría un funcionamiento conjunto y modernizado de ambas escuelas. La reconstrucción sería un proceso largo, pero la decisión política estaba tomada.
Con el paso del tiempo, el incendio del 82 se transformó en un punto de inflexión para la educación técnica y secundaria de Madryn. Marcó generaciones, cambió edificios, alteró rutinas y provocó una movilización comunitaria pocas veces vista. Cada testimonio coincide: aquella madrugada, además de un edificio, ardió una parte de la vida diaria de la ciudad. Pero también, en los días siguientes, Madryn mostró su capacidad para reorganizarse y sostener a sus estudiantes aun en plena crisis.
Hoy, cuatro décadas después, el recuerdo sigue vivo en quienes fueron alumnos, docentes o vecinos. No solo como un hecho trágico, sino como un capítulo que exhibe la fuerza colectiva que sostuvo la continuidad educativa cuando todo parecía perdido.






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